La lenta respuesta de la Organización de Estados Americanos (OEA) a la situación en Venezuela ha evidenciado la dificultad del organismo para actuar ante una crisis política, lastrado por su división interna, sus limitaciones normativas y una lluvia de críticas de todos los frentes.

"Las herramientas que la OEA tiene para actuar, a no ser que la crisis sea verdaderamente grave y haya una falta de gobernabilidad, son muy pocas", advertía el secretario general del organismo, José Miguel Insulza, al intervenir este miércoles en un centro de estudios.

Así parecieron confirmarlo las negociaciones secretas que retrasaron más de una semana la convocatoria de una sesión sobre Venezuela en el Consejo Permanente y la adopción, la noche del viernes, de una declaración muy satisfactoria para el Gobierno venezolano y que descarta las opciones más rotundas de acción.

Como en otras crisis, el único organismo regional que reúne a todos los países -con la excepción de Cuba- se ha visto atrapado entre la advertencia de no reavivar su supuesto pasado de "títere" de EE.UU. y la frustración de varios países y de parte de la sociedad civil por su silencio frente a la situación en Venezuela.

En su discurso de la sesión del jueves, la primera de las dos que tuvieron lugar en el Consejo Permanente, Insulza rechazó las acusaciones del presidente venezolano, Nicolás Maduro, sobre la supuesta pretensión de "injerencia" que la OEA había cometido al esbozar siquiera la posibilidad del envío de una misión al país.

"Que alguien sugiera que una simple reunión de la OEA, realizada con arreglo a las normas que nuestros propios países han aprobado de manera unánime, sea una ''injerencia indebida'' o una forma de intervención, sólo está demostrando también la significación que la OEA conserva plenamente", afirmó Insulza ante el Consejo Permanente.

"(Es un) foro irremplazable, porque sólo a él vienen todas las partes y sólo en él se argumenta y discrepa abiertamente, como corresponde a una democracia", subrayó.

Desde hace tiempo, según Insulza, la OEA aplica "una mano bastante pareja en todos los conflictos del continente", y acusaciones como la de Maduro responden a un "fetiche del pasado" que perpetúa una impresión equivocada pero latente desde los tiempos de "dictaduras militares" en el continente.

Sea debido a ese lastre o no, la OEA lleva varios años tratando de perfilar sus virtudes frente a otros foros que se presentan como alternativa regional, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Ambos organismos reaccionaron dos semanas antes que la OEA a la situación de protestas y violencia en Venezuela, y sus declaraciones fueron muy similares a la aprobada el viernes por amplia mayoría -29 votos a favor y 3 en contra- en el Consejo Permanente.

A ello se suma que el Gobierno venezolano ha pedido que sea Unasur, y no la OEA, quien se pronuncie sobre la situación en el país, en parte por considerar que "es más eficiente", en palabras del canciller venezolano, Elías Jaua.

En el caso de la OEA, esa eficiencia, o al menos su flexibilidad, está limitada por el mero hecho de poseer un órgano político como el Consejo Permanente, con sus normas y lealtades políticas; y también por la Carta Democrática Interamericana aprobada en 2001, que regula su margen de acción en caso de retos a la democracia en un país.

Es esa carta la que provee las "pocas herramientas" de las que hablaba Insulza, a no ser que los países miembros determinen que ha habido "ruptura democrática" en el Estado en cuestión, algo que el organismo está muy lejos de sentenciar en el caso de Venezuela.

Sería esa determinación la que haría más fácil convocar a los cancilleres o decidir el envío de una misión observadora a Venezuela, posibilidades que quedaron claramente descartadas en la sesión del viernes en la OEA.

Para Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano, la cuestión no es tanto si la OEA carece de herramientas para actuar como su "falta de voluntad política y de apoyos (suficientes) para hacer algo" significativo en el caso de Venezuela, según comentó a Efe.

Esa falta de apoyos quedó clara en el llamado a la acción de Panamá, respaldado únicamente por EE.UU. y Canadá contra una gran mayoría del Consejo que volvió a apoyar a Venezuela, que en la última década ha cosechado el favor rutinario de los países del Caribe y aquellos afines a la Alba.

La apuesta de Panamá le salió cara, con la ruptura por parte de Venezuela de las relaciones diplomáticas, una medida que pudo exacerbar la inclinación de otros países de la OEA a "echarse atrás" a la hora de expresar sus preocupaciones, de acuerdo con Shifter.

La respuesta que ha dado la OEA también se explica por su inclinación a actuar por consenso, una tradición que en esta ocasión reveló la reticencia de muchos países a agitar el debate sobre una situación políticamente muy delicada dentro y fuera de Venezuela.

"Si echamos más nafta a la situación de Venezuela, la estamos embarrando", opinó el viernes el embajador de Uruguay, Milton Romani. "Podemos dar luz prendiendo un fósforo; ahora, cuando hay tanto combustible derramado, prender un fósforo puede incendiar la pradera".