Los vecinos de Soma, en el oeste de Turquía, empezaron ayer a enterrar a los 282 trabajadores fallecidos hasta ahora en el incendio del pasado martes, el mayor accidente minero en la historia del país.

Aunque los trabajos de rescate de cadáveres continúan, y nadie duda de que el saldo final superará ampliamente los 300 muertos, el Gobierno no actualizó ayer la cifra desde la mañana.

En el cementerio de la ciudad minera, situada en la provincia de Manisa, se vivieron numerosas escenas de dolor, avivado por la rabia de saber que el desastre podría haberse evitado con mayores medidas de seguridad.

"No es un accidente, es un asesinato", fue una de las consignas coreadas ayer durante las marchas convocadas por varios sindicatos, junto a una huelga general.

Sólo en Esmirna, la policía intervino con dureza y dispersó a la marcha con gases lacrimógenos, una acción que dejó varios heridos, entre ellos un sindicalista.

El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, declinó en su visita a Soma del miércoles toda responsabilidad política en el accidente. El presidente, Abdullah Gül, discrepó ayer en el mismo escenario.

También la actitud de Erdogan y su séquito durante la visita atizó la tensión. Así, en una foto se ve a un asesor del primer ministro patear al familiar de un minero.