De estilo combativo y oratoria brillante, aunque en ocasiones hasta intimidatoria, el ex primer ministro británico Gordon Brown se sumó a última hora a la campaña del referéndum sobre la independencia de Escocia, su patria chica, y su contribución ha sido decisiva en la victoria del "no".

Su fuerte personalidad, complementada con una figura corpulenta y una voz grave, contrastó en los últimos días con la del otro compañero del Partido Laborista que lideró la campaña en favor de la permanencia de la región en el Reino Unido, el también escocés Alistair Darling, más comedido y menos vehemente en sus intervenciones.

Para muchos, su aparición, casi estelar, ayudó en gran medida a retomar el vuelo al bando del "no", formado por los tres grandes partidos británicos -laboristas, "tories" y liberaldemócratas-, que entró en pánico cuando a pocas semanas del referéndum el "sí" a la secesión se puso por delante en las encuestas.

No obstante, la asunción de ese papel de líder natural del "no" por parte de Brown, de 63 años, debió de preocupar en un principio a un buen número de observadores, que reconocen que es un superdotado intelectual a quien, a menudo, le fallan sus habilidades sociales.

Brown, número dos durante años de Tony Blair, a quien sustituyó al frente del Gobierno sin pasar por las urnas en 2007, perdió las elecciones generales de mayo de 2010 y desde entonces había mantenido un perfil discreto como diputado.

El político laborista, que tiene un escaño en el Parlamento británico por la circunscripción escocesa de Kirkcaldy y Cowdenbeath, nunca llegó a conectar con la ciudadanía como lo hizo Blair.

Sí tuvo cualidades para sobrevivir durante los 10 años de Gobierno laborista en el Ministerio de Finanzas, donde se ganó el apelativo del "ave Fénix" tras capear algunas crisis de gran calado.

Blair y Brown formaron, por tanto, un dúo perfecto, cada uno en su papel de "policía bueno/policía malo", aunque el escocés demostró después que las sutilezas del cargo de primer ministro le venían grandes.

En sus últimos meses como primer ministro, este hijo de un pastor de la Iglesia de Escocia, casado y con dos hijos, fue comparado con un boxeador noqueado que se resistía a arrojar la toalla y llegó a ser caricaturizado como un hombre viejo y cansado, incapaz de cargar con el peso de las traiciones.

Su participación en la campaña del "no" a la independencia de su Escocia ha demostrado que aún tiene fuelle para unas cuantas peleas más.

Nacido en Glasgow, dicen sus biógrafos que James Gordon Brown heredó de su padre sus sólidas creencias en la necesidad de una justicia social, combinadas con un sentido casi puritano de la rectitud.

De hecho, durante la campaña expuso con pasión la visión laborista de por qué Escocia debería permanecer en el Reino Unido, bajo el eslogan de "Una Unión para la justicia social".

Cuentan que también forjó profundamente su carácter el accidente que de joven sufrió jugando al rugby, que le hizo perder la visión del ojo izquierdo y que pudo haberle causado una ceguera total.

Con sólo doce años ya hacía campaña electoral para la asociación laborista local, con dieciséis comenzó sus estudios universitarios, con dieciocho se afilió al partido y con veintisiete logró un escaño en la Cámara de los Comunes, donde compartía despacho con el hombre al que iba a quedar indisolublemente unido su destino, Tony Blair.

Eran las futuras promesas del laborismo: el carismático y popular Blair y el introvertido, intelectual y siempre absorbido por el trabajo Brown.

Su fama de personaje de carácter desabrido que quiere siempre controlarlo todo -un asesor le acusó incluso de "crueldad estalinista"- no ha venido mal a la hora de dar un puñetazo sobre la mesa y defender con pasión la unidad del Reino Unido.