Los últimos ataques terroristas han sacudido las entrañas de Francia, pero al tiempo han permitido a los franceses reencontrarse, al menos por unos días, con los valores que vertebran su país, en una suerte de catarsis de incierto futuro.

La gigantesca respuesta ciudadana del domingo sirvió, más que para condenar el terrorismo, como factor galvanizador de una sociedad herida, inmersa en debates bizantinos sobre su identidad y deprimida por una situación económica inquietante.

El lema "Yo soy Charlie" es ante todo la vindicación de la libertad de expresión, uno de los pilares sobre los que la sociedad francesa dice sustentarse.

Mientras algunos observadores apuntan la paradoja de que millones de personas salieran a defender un semanario que languidece por falta de lectores, los franceses echan mano de la herencia de Voltaire para recordar que pueden no estar de acuerdo con la revista pero defenderán su derecho a publicar lo que esta quiera.

Ese regreso a los fundamentos de la República ha generado cierto sentimiento de comunión que muchos se preguntan cuánto tiempo podrá mantenerse.

El líder centrista y excandidato presidencial François Bayrou, por ejemplo, ha sugerido la formación de un Gobierno de unidad nacional, que no tiene demasiados visos de prosperar.

El director de opinión del instituto demoscópico TNS Sofres, Emmanuel Riviere, recordaba hoy en la emisora "France Info" que, pasadas la emoción y las llamadas a la unidad, ahora es el momento de hallar soluciones y es aquí donde surgirán los roces.

A su juicio, hay dos campos con potencial para sembrar discrepancias desde el primer minuto: la seguridad, con medidas preventivas como el aislamiento de yihadistas en las prisiones, y la cuestión migratoria.

Respecto al primer debate, se alzan ya voces en Francia que reclaman la aprobación de una ley similar a la llamada Patriot Act, creada en Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 para ampliar a un nivel sin precedentes el alcance del espionaje y limitar los derechos de los detenidos.

La exministra conservadora Valérie Pécresse se declaró hoy favorable a una legislación "a la francesa" inspirada en las medidas excepcionales vigentes en EEUU, que permitirían "una respuesta firme y global".

Mientras, la cuestión de la inmigración, como aseguraba el analista Riviere, llevará el debate público "al terreno donde más cómoda se siente (la líder ultraderechista) Marine Le Pen".

El nombre de la presidenta del Frente Nacional evoca precisamente las diferencias surgidas estos días que rompen el retrato idílico de la unidad nacional.

Le Pen apostó fuerte desmarcándose de la multitudinaria manifestación de París, al sentirse "excluida" por los organizadores.

Su maniobra a buen seguro le atraerá los votos de muchos desencantados con la clase política parisina, pero podría alejarle de la vocación mayoritaria que necesitará para captar los sufragios suficientes que la puedan aupar a la Presidencia de la República en las elecciones de 2017.

Tampoco ha tardado en apuntarse a la controversia migratoria el líder conservador Nicolas Sarkozy, sabedor de que su partido no deja de perder votos por la derecha que desembocan en las huestes populistas de Le Pen.

"No diré que la inmigración y lo que hemos vivido están vinculados, pero (esta) complica la situación porque, cuando la integración no funciona, tenemos un problema para manejar a cierto número de individuos en nuestro territorio nacional", declaró Sarkozy a la emisora "RTL".

Pese a todo, recordó que no desea "pasar de la unidad nacional a la polémica nacional", y destacó que el presidente, François Hollande, "ha hecho lo que tenía que hacer".

Llevados por la emoción, responsables políticos y medios como "Le Monde" se han aprestado a calificar la masacre del "Charlie Hebdo" como "el 11 de septiembre francés".

Cuando se disipen los sentimientos, Francia se enfrentará al doble reto de evitar una tragedia similar y de buscar inspiración en la lucha por la libertad de expresión que enarbolaron los dibujantes del Charlie Hebdo.