La conmoción y la solidaridad con la Policía se adueñaron hoy de Dallas (EEUU) tras el tiroteo que este jueves acabó con la vida de cinco agentes en el histórico centro de la ciudad tejana, donde continúa la investigación de la masacre.

La matanza, que también causó nueve heridos (siete policías y dos civiles), hizo añicos la paz en la que discurría una manifestación de cientos de personas que denunciaban la reciente violencia de las fuerzas del orden contra ciudadanos negros en el país.

El ataque fue obra supuestamente de un francotirador que disparó contra los agentes, identificado como Micah Xavier Johnson, de 25 años, afroamericano, veterano de la guerra de Afganistán y muerto en un enfrentamiento con la Policía.

Según los negociadores que intentaron mediar con el francotirador, Johnson expresó su malestar con las muertes esta semana de dos negros a manos de las fuerzas de seguridad, captadas por teléfonos móviles, en Luisiana y Minesota.

El tirador pretendía, de hecho, "matar a personas blancas, especialmente, agentes blancos", según el jefe de la Policía de Dallas, David Brown.

El peor ataque contra las fuerzas del orden en EEUU desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 ha dejado, en palabras del presidente estadounidense, Barack Obama, a "toda la ciudad de Dallas afligida".

El desconsuelo se palpaba hoy en las calles del centro de la urbe, donde las banderas, tanto la estadounidense como la tejana, ondean a media asta en muchos edificios en señal de duelo por la tragedia.

En la zona aledaña al colegio universitario de El Centro, donde el francotirador efectuó gran parte de los disparos, numerosas calles seguían hoy cortadas con barricadas y vehículos policiales con luces de sirena de color rojo y azul intermitentes.

"Las calles continúan bloqueadas. No sabemos durante cuánto tiempo. Puede que hasta el miércoles", declaró un agente ante una barricada en la calle Commerce, con varios rascacielos al fondo, pues la investigación del ataque está todavía en marcha.

Esa calle se halla justo frente a la turística Plaza de Dealey, testigo de otro tiroteo que cambió el curso de la historia de EEUU: el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963.

El sonido del agua que brota en el estanque de la plaza contrastaba con el silencio que reinaba en una zona hoy prácticamente desierta, interrumpido por la bocina del tranvía o el motor de algún automóvil acelerado.

Algunos viandantes aún no daban crédito al suceso que el jueves provocó el caos en Dallas y saludaban con reverencia a los policías que vigilaban el centro de la urbe, elevando la palma de la mano desde la frente al estilo militar.

"Es una locura. No hay palabras. Teníamos que levantar nuestras manos ante esos hombres", dijo Gbolahan Lashmand, un estadounidense de origen nigeriano.

Pese al mazazo que han sufrido las fuerzas del orden en Dallas, los agentes no se han desmoralizado ("Estamos bien. Con buen ánimo", confesó uno a Efe) y hoy recibieron el cariño de muchos peatones que les abordaron en plena calle con talante solidario.

"Me levanté esta mañana hundido. Pero ha habido mucha gente que se me ha acercado. Ha sido muy reconfortante", comentó otro policía que, en veintitrés años de servicio, no ha visto en la ciudad "nada" como el tiroteo que segó la vida de sus colegas.

Quien tampoco olvidará el silbido de las balas que sobrevolaron la noche del jueves en Dallas es el camarero mexicano Joel Hernández, quien reside en la urbe tejana desde hace veinte años y trabaja en un bar "a dos cuadras" del lugar de la masacre.

"Era una noche normal y entonces empezaron a escucharse los disparos", relató Hernández detrás del mostrador, en el que comensales cabizbajos degustaban unos jugosos filetes de carne bañados con cerveza de Texas.

Durante la masacre, el camarero mexicano no dudó en ofrecer "resguardo seguro para la gente" que huía de los tiros en el restaurante, que "se llenó de gente asustada y manifestantes tristes por lo que estaba sucediendo".

Con "tristeza total", el establecimiento abrió hoy sus puertas para atender a unos pocos clientes que han acudido con "pena" y "preocupados por los agentes", con quienes Hernández se solidarizó durante el día sirviéndoles "alimento y bebida sin coste alguno".

"Hoy la gente no quería salir. La gente está preocupada. Quiere mostrar su respeto. Por eso, no hay gente en la calle", agregó el camarero mexicano, consternado pero convencido de que en Dallas "hay que seguir adelante".