Mikel Arriola, candidato del oficialista PRI al gobierno de la Ciudad de México, se define como el político del cambio en una ciudad dirigida desde 1997 por las izquierdas, un luchador contra la corrupción y un defensor de la "familia tradicional", un papel que le ha valido mucha atención mediática.

"Nos falta mucha agenda de la familia. Soy un partidario de la familia tradicional, y quiero que lo sepa la gente de mí cuando vayan a votar", dijo en entrevista este aspirante que no milita en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y cuenta con una larga trayectoria en la administración pública.

Maestro en Derecho y en Políticas Públicas y Administración, Arriola llevaba una precampaña ajetreada pero poco visible hasta que en el último día se definió, en un acto oficial el 11 de febrero, como contrario a las adopciones de parejas homosexuales y a la legalización de la marihuana.

De llegar al poder, aseguró que impulsará una consulta pública para este y otros temas, como el aborto, que considera que "dividen a la ciudad", donde desde hace casi una década, por ejemplo, existe el matrimonio igualitario.

"Se suscitó una polémica importante y logramos primero diferenciarnos" de las otra dos candidatas: Claudia Sheinbaum, de Movimiento Regeneración Nacional (Morena), y Alejandra Barrales, de la coalición del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el conservador Acción Nacional (PAN).

Le siguieron palabras de apoyo de asociaciones profamilia e incluso de la Iglesia católica, aunque Arriola, que enfatiza en que no es homófobo, reitera que no fue un "cálculo político" para captar el voto conservador, sino de mostrarse tal y como es.

A sus 42 años, está casado, tiene un hijo de cuatro años y es devoto. "Lo que hago y he hecho siempre desde niño es tener una conexión directa diaria" con Dios, comenta.

De llegar a la alcaldía, no descarta una reforma en base a los resultados de esta consulta.

Además, Arriola tiene una propuesta más ambiciosa para sacar del poder a las izquierdas, a las que acusa de "clientelismo".

"Soy el único ciudadano en la boleta y las otras candidatas son militantes de dos partidos. (...) Y he podido acreditar eficiencias en mis anteriores trabajos", apuntó Arriola, quien fue director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

La ciudad que quiere construir empieza por garantizar la seguridad tras el incremento del 70 % de los delitos en los últimos 20 años y una tasa de impunidad en los crímenes del 94 %, indicó.

Lo hará apostando por "transitar de lo reactivo a lo preventivo" con tecnología: más cámaras, alumbrado e inteligencia.

Además, se creará una policía específica para el transporte público y se fomentará la especialización agentes y de la administración de justicia, hoy colapsada con capacidad para procesar 5.000 denuncias, de las 200.000 que recibe anualmente.

Todo ello tendrá una finalidad clara, acabar con la corrupción. "Estamos perdiendo oportunidad de negocio, empleo y mandando cada vez más gente a la pobreza", denunció.

Sobre los problemas de tránsito y transporte público, que afectan la salud por la contaminación, Arriola, de familia de origen vasco, prevé la construcción de 100 kilómetros de vías de metro -sin subir el precio, remarca- y unos 70 kilómetros de carretera.

Pero sin afectar a la deuda de la ciudad, que actualmente es "bastante manejable" y se sitúa 1,25 % del propio PIB de la urbe.

Sobre el terremoto del 19 de septiembre, que dejó 228 muertos solo en la capital, resaltó los avances logrados en prevención frente al trágico sismo de 1985, pero también encontró fallas.

"Somos expertos en evacuar edificios en tres o cuatro minutos, ya sabemos qué hacer, el problema ha sido el desastre administrativo de la ciudad", apuntó.

Cuestionado sobre la paradoja de ser candidato del cambio formando parte del omnipresente PRI, que dominó la política nacional durante 71 años, afirmó que él es "la alternancia" en esta ciudad gobernada por las izquierdas desde que en 1997 se celebraron por primera vez elecciones tras una reforma política.

Además, se desmarcó rotundamente de los peores fantasmas que persiguen al oficialismo, la corrupción.

"Yo no soy Javier Duarte ni (Roberto) Borge (dos exgobernadores perseguidos por la justicia). Esto está muy lejos de mi formación", concluyó.