SABIDO es que la primera vez que figuran en un texto escrito los nombres de las Islas Afortunadas fue en el tomo VI de la "Naturalis Historia", compuesta de 37 libros, de Caius Plinius Secundus (23-79 d.C.). En ella se recogen las noticias aportadas por la expedición de reconocimiento del Archipiélago canario que enviara el rey Juba II de Mauritania (casado con una hija de Cleopatra, reina de Egipto) en los comienzos del siglo I d.C., y que tuvieron amplia difusión como consecuencia de haber recopilado dicha información el astrónomo, matemático y geógrafo griego-egipcio, del siglo II de nuestra era, Claudio Ptolomeo, en su "Introducción a la Cartografía" ("Geographike ephegenesis", libro IV, capítulo VI). En la nómina de Plinio está identificada Tenerife bajo la denominación de Nivaria, "la isla de las nieves" (Casperia, en la versión griega, la isla blanca, con el mismo significado que el topónimo guanche "Tener-ife", monte blanco); y Canaria, llamada así "por la muchedumbre de perros de gran tamaño" que en ella había, explicación etimológica poco convincente de querer referirse a canes "terrestres" (contraria a la naturaleza propia de Canarias) en vez de a canes "marinos", es decir, a "lobos de mar" (la foca monje, presente aún en aguas canarias a comienzos del siglo XV cuando ocurrió la conquista bethencuriana) que contaban con el rico banco pesquero canario-sahariano para subsistir, principalmente ubicadas en las arenosas playas de las Canarias orientales -tal como se encuentran hoy día en el litoral de África del Sur, costa chilena, etc.-. Todo ello sin dejar de lado la posible conexión de nuestros indígenas con grupos étnicos norteafricanos como los kanarii.

Durante casi dos milenios la tercera isla del archipiélago canario ha sido denominada Canaria, siendo un falso epíteto el Gran que se viene arrogando al presente con carácter oficial, pues es evidente que no es ni ha sido la más grande ni la mayor del archipiélago canario en extensión, altitud o economía; ni en ella ha radicado la capital administrativa y política de toda Canarias, como estuvo en Tenerife desde 1834 hasta 1927 en que la dictadura de Primo de Rivera dividió la provincia. Tampoco han tenido lugar en ella las más gloriosas gestas en defensa del solar patrio insular, tal como aconteció en las siguientes tres ocasiones en Santa Cruz de Tenerife, primer puerto y plaza fuerte del archipiélago.

La primera tuvo lugar en el año 1657, cuando fracasó el intento del almirante Robert Blake de apoderarse con 31 navíos de la valiosa flota de Nueva España que, al mando del almirante Diego de Eguea, estaba refugiada en el puerto tinerfeño. La segunda en 1708, en que se rechazó el ataque del contralmirante inglés sir John Jenning al mando de una escuadra de 13 navíos, que tuvo que retirarse tras un intenso cañoneo, cruzando sus disparos los castillos de San Cristóbal y Paso Alto y la artillería de las naves. Y la tercera, la gesta que todos los historiadores califican como de "honroso e impar acontecimiento", "la página más gloriosa de la historia canaria," pues supuso la derrota del contralmirante Horacio Nelson en 1797, quien contaba con 395 bocas de fuego montadas en las troneras de sus navíos, frente a las 89 piezas de artillería de nuestra defensa.

Por el contrario, el ataque, desembarco y saqueo en 1599 de la ciudad de Las Palmas por la escuadra del holandés Pieter van der Does supuso todo un oprobio para los canarios, ya que el alcaide del castillo de Santa Catalina lo rindió al enemigo sin haber hecho un solo disparo.

La documentación oficial sobre Canarias siempre fue clara y precisa al abordar cuestiones sobre nomenclatura del lugar en que era fechada la misma. Sólo el desconocimiento de la realidad del archipiélago, o el deliberado afán de adulterar la misma con fines interesados, ha propiciado airear y divulgar ese epíteto ficticio de Gran como hecho consumado desde hace unos años no muy lejanos. Frente a una cartografía seria sobre nuestro archipiélago, han hecho acto de presencia toda una serie de oportunistas a quienes no les han dolido prendas al tratar de jalear la grandiosidad de la isla de Canaria. Apelan para ello a escritos sobre esa isla de nuestro archipiélago visionada bajo un falso ángulo, exagerando su contorno, su población, la valentía de su gente, su extensión, etc. Se podría citar a Cadamosto en 1355, P. Quesada en 1479, Nebrija en 1500, etc. Todos se copian con el mayor desparpajo unos de otros.

Como muestra de lo apuntado, se adjunta fotocopia de un Real Despacho refrendada por el Comandante General de Canarias, Marqués de Tavalosos, en 1775, sentado en la isla de Canaria a secas.

Y otra prueba de lo mismo, en el ámbito eclesial está la relación de islas que figuran en las Sinodales del obispo don Pedro Dávila y Cárdenas, año 1737, entre ellas la de Canaria sin ningún otro falso epíteto.