EL GOBIERNO de Canarias ha dictado un decreto que obligará a los funcionarios a permanecer en sus puestos desde las 9 de la mañana a las 2 de la tarde. No habrá cortaditos ni cigarritos en este tiempo (ya se las arreglarán ellos para que no desaparezca del todo la costumbre); y la obligación prioritaria de los funcionarios será una obviedad: atender al administrado.

El "vuelva usted mañana", "está desayunando" o "le falta a usted un papel" estarán mal vistos. La jornada funcionarial, de 37,5 horas a la semana (tampoco se van a matar ni a abrumar, los pobres, con esa cantidad de trabajo), dispondrá de horas flexibles; o sea, no dispararán chíchara de 7 a 9 de la mañana y de 14 a 17 horas.

Esto lo ha comentado Hernández Spínola, consejero de la Cosa, con gran solemnidad. En tiempos de crisis, más control sobre los funcionarios, que serán vigilados estrechamente -ya verán ustedes la estrechez- por la Inspección General de Servicios. La pregunta es: ¿y quién vigilará a la Inspección General de Servicios?

Los funcionarios canarios parece que son los de menor productividad mundial. Y hablamos en general, porque algunos probos sí que hay. Se acabó eso de dejar la chaqueta en la silla, como presencia muda de un escaqueo, o de ir a El Corte Inglés y meter las compras en bolsas blancas para que la marca del gran almacén no los delate (sobre todo, a ellas). Ahora las bragas y las corbatas se comprarán en horas de asueto, o a lo mejor en las "flexibles", que se convertirán, con el tiempo, en un gran despiporre.

En Canarias sobran funcionarios por todas partes; hay quien dice que la mitad de ellos sería capaz de hacer, con comodidad, el trabajo de la totalidad, en circunstancias normales. Es de esperar que no se convoquen más oposiciones hasta que ese número se quede reducido al 50% de la plantilla actual, en todas las administraciones: la municipal, la insular, la autonómica y la estatal.

El fulgor y la muerte del cortadito han signado la actividad funcionarial durante años. El cortado es la mejor excusa para gandulear a modo, mientras el sufrido administrado espera en la cola o ha recibido ya el recadito disuasorio de "le falta a usted un papel" (antes era la póliza la que faltaba, pero las han mandado a tomar por saco hace años, para bien de la Humanidad).