VAYA por delante la observación de que cuando se generaliza se puede dañar a las personas más honradas, honestas y justas. Por eso comienzo con mi consideración y respeto hacia aquellos profesionales que se salvan de la crítica que hoy expongo y que me ha sido casi obligado escribir por muchos comentarios recibidos.

Vaya por delante, también, este párrafo de mi artículo anterior (15 05 10) para centrarnos en el tema: "Liga más injusta aún, si a ello añadimos el entreguismo cobarde y sumiso de un elevado porcentaje de árbitros con los equipos grandes y ricos. Y, ¿por qué no decirlo también?, el de muchos medios de comunicación en general y periodistas y cronistas en particular, con actitudes similares a las de los hombres de negro, en cuanto a la descarada pomposidad y presión mediática, también en favor de los grandes".

Y es que cuando vas a disfrutar a un espectáculo y lo que pasa es que sufres una tomadura de pelo en una auténtica alteración del orden público, no tienes más remedio, como comunicador, también público, que exponer tu tarea públicamente.

La tarea de un árbitro es muy difícil y, yo diría, quizá el sistema más complejo y dificultoso de impartir justicia. Cosa muy fácil de entender si observamos que sus sentencias (aquí quedaría mejor fallos) no se deben a un estudio minucioso, sopesado y comparado, sino que lo suyo es decidir en décimas de segundo y, ¡zas!, pitar. Hablando de segundos -pero en otro sentido-, tampoco los dos "consejeros" del juez máximo le ayudan mucho. Y quizá le hundan un poco más por estos tres motivos: porque le tienen algo así como miedo; porque no demuestran mucho amor a la responsabilidad y porque, más que aconsejarle francamente, corroboran sus erróneas decisiones. Aquí he de recordar también el porcentaje de los jueces de línea que se salvan de esta crítica.

Tras esta clase de explicaciones se habrá dado cuenta el lector de que mi artículo va por los jueces de fútbol. Por eso entiendo y comprendo que árbitros y linieres puedan equivocarse. Pero, hombre, no ver a dos metros de sus narices faltas como empujones, patadas o manos que 20.000 personas las ven a trescientos metros, resulta altamente sospechoso. Lo que me hace sospechar que algunos árbitros no saben que erróneas decisiones, como por ejemplo un penalti no pitado, pueden influir en parte de la economía de una ciudad y en la moral de sus ciudadanos. Y no creo exagerar.

Claro está que si en un partido, por las razones que sean, un árbitro que haya sido abucheado durante los 90 minutos por los aficionados de casa, su decisión del tiempo de alargue la hace injustamente a lo máximo, más que equivocación deportiva se deberá, pensamos muchos, a un caso patológico o de intereses creados.

A ver si me explico: no se concibe "persona humana" que durante todo un encuentro haya sido llamada "hij.de.put" por haberlo hecho descaradamente mal en contra del equipo de casa, en vez de aumentar en justicia uno o dos minutos, lo haga injustamente a lo máximo. A cinco minutos o más para, pensamos muchos, seguir recibiendo recados a su señora madre, esposa y amigos de su esposa. Entonces, una de tres: el señor árbitro es un vengativo, lo hace por dinero o nos encontramos ante el caso patológico del individuo que goza y disfruta con el rugido vociferante de un público alocado que, no sólo se acuerda de sus progenitores y amigos de la esposa, sino que lo hace sobre la propia imagen física, personal y moral y lo pone verde, nunca mejor dicho, en el césped. Un sadomasoquista público, vaya.

Y es precisamente en estos postreros minutos de alargue de mi artículo cuando este servidor de ustedes, ante su ordenador -haciendo oídos sordos como muchos de los árbitros lo hacen ante un enardecido, asombrado, impotente público- aproveche el momento para decirles que en varias ocasiones he estado a punto de unirme al unánime grito del público insultador, pero me he callado por respeto a sus familias. Y es que todo tiene su explicación: sin lugar a dudas, siempre he preferido acordarme de aquel famoso adjetivo calificativo con el que les definió don Javier Pérez (q.e.p.d.).

¡Va por ustedes! Perdón, por un alto porcentaje de algunos de ustedes.

(Aficionado medio)