La entusiasta afición brasileña, incondicional seguidora de su selección de fútbol, pasó hoy de la fiesta y la samba a las lágrimas y la desesperación, después de que la Canarinha cayera eliminada por Holanda en los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica.

Decenas de miles de personas ataviadas con banderas brasileñas y perfectamente uniformadas con los colores del equipo se congregaron en la céntrica plazoleta del Vale do Anhangabaú, en Sao Paulo, para seguir en una pantalla gigantesca el encuentro, que se disputaba en la ciudad sudafricana de Puerto Elizabeth.

La hinchada entró en estado de éxtasis cuando en el minuto 10 del primer tiempo Robinho marcó el primer tanto del partido y saboreó con tranquilidad el descanso con ventaja en el marcador.

Pero las cosas cambiaron de signo en la segunda parte. Un error de Felipe Melo que acabó con gol en propia puerta tornó el semblante de la afición que, todavía con confianza en su equipo, empezaba a sentir los primeros nervios.

Minutos después Melo fue expulsado por pisar a Robben y ya nada fue igual para los seguidores brasileños, cuyo ánimo se fue marchitando paulatinamente conscientes de la dificultad de volver a ponerse por delante en el marcador con un jugador menos en el campo.

El segundo tanto de Holanda llegaba poco después, con un cabezazo de Wesley Sneijder, y entonces llegó la desesperación para los aficionados, que no dejaban de mirar con ansiedad el inexorable paso de los minutos en el reloj, se aferraban con todas sus fuerzas a los crucifijos que traían con ellos y alzaban la vista al cielo en busca del último recurso: la mediación divina.

Los bailes y las sonrisas, los gritos de apoyo y la algarabía, la incontenible inclinación por la fiesta y la diversión que caracteriza al pueblo brasileño, se convirtió en llanto y decepción cuando el árbitro dio por finalizado el partido.

Nadie repetía el nombre de los jugadores, nadie entregaba ya con pasión su corazón al polémico seleccionador brasileño Dunga.

Los más optimistas intentaron esbozar con timidez una sonrisa y continuaron concentrados frente a la pantalla, ahora convertida en el escenario de un grupo musical, que con mucho ritmo hizo todo lo posible por convencer a la afición que la derrota de Brasil en cuartos de final, como ya ocurrió hace cuatro años en el Mundial de Alemania, será vengada en la próxima cita mundialista.

Habrá que esperar otros cuatro años para eso, pero los brasileños confían en que, como locales en el 2014, podrán conquistar por fin el ansiado hexacampeonato.