En la selección uruguaya cada pelota parada lleva el sello inexorable de la bota de Diego Forlán, el referente, el alma y a veces hasta el pulmón de un equipo del que difícilmente se intuye cómo podría jugar sin "el Cacha".

Así que llegado el minuto diez de la segunda parte se acomodó el balón el delantero del Atlético de Madrid, muy cerquita del vértice derecho del área ghanesa, para ejecutar un libre directo.

Cierta flojera de Kingson, un portero sin término medio, capaz de los aciertos más inverosímiles y de las pifias más bisoñas, unido al vuelo errático que adquirió el polémico Jabulani tras el gran golpeo de Forlán, sirvió para que Uruguay consiguiese un gol que difícilmente había merecido en casi una hora de partido.

Fue el tercer tanto de Forlán en el Mundial, los mismos que lleva su pareja de baile en el ataque, el delantero del Ajax Luis Suárez, y fue un gol con efecto de bálsamo y de también de adrenalina, si eso es posible, para todo el equipo charrúa.

Hasta entonces lo había intentado Forlán sin ningún éxito de las formas más heterodoxas: buscó un gol olímpico en un lanzamiento de córner, quiso sorprender a Kingson con un disparo a balón parado desde 50 metros y, claro, también trató de asociarse con Suárez, con un éxito más bien discreto.

Sin Suárez y Forlán, eso lo sabe todo el mundo, Uruguay palidece, se vulgariza, por eso no hay mejor termómetro en este Mundial para tomarle el pulso a los celestes que escrutar el rendimiento de sus jugadores más incisivos, los más talentosos de un plantel que hoy no supo nunca cómo ponerles un balón en condiciones.

Pero tampoco encontraron las dos estrellas charrúas cómo mezclar, cómo asociarse para dar por su cuenta con el camino del gol, sumándose al desconcierto general que reinó en un partido que durante demasiados minutos fue un verdadero correcalles, un escenario más para tipos barriales y físicos que para los grandes peloteros.

Suárez, un delantero que encara, que encuentra el espacio, que busca la espalda de los defensas con la caña puesta, sólo consiguió una ocasión clara de gol en su asociación con Forlán: un balón que le colgó el "10" y al que llegó forzado para rematarlo fuera. Era el minuto 64 de partido.

En total, la suma de las ocasiones en que Suárez y Forlán consiguieron llevar verdadero peligro juntos al marco ghanés podrían escribirse en un papel de fumar, muy mala señal para un equipo como el uruguayo, que acabó encerrado bajo sus palos.

Con todo, si Uruguay alcanzó los penaltis fue gracias a sus dos estrellas, que se encargaron de marcar uno, y de evitar la derrota el otro, pues Suárez supo cómo hacer de portero en el último suspiro de la prórroga para evitar el segundo de Ghana, aunque eso le costase la roja y la semifinal.