PARA un equipo tan necesitado de actos de fe, de seguridad y de alegrías como es este Tenerife, el rescate de Nino es casi medio gol con vistas a entrar a competir con la confianza necesaria en un partido de la trascendencia del que juega el sábado ante el Córdoba. En mitad de una semana tan dura, no podía pasar nada mejor. No se me ocurre. Casi hay que celebrar que Melero López le haya mostrado la amarilla a Nino: de aquella acción llega esta reacción. Y el Tenerife necesita todos los reactivos posibles, porque es un equipo que ha vuelto a caer en la fase depresiva que le hace estar descreído en sus verdaderas posibilidades.

Hace dos meses el problema del Tenerife estaba localizado en el terreno de juego; era un equipo (?) sin identidad, sin un sistema definido, sin norte ni futuro. Ahora, desde que lo dirige Antonio Tapia, las carencias de este equipo están relacionadas con el peso de la mochila que representa la primera vuelta de la competición. Juega sin margen de error y encaja de mala manera cualquier derrota. Tiene limitaciones de todo tipo, eso es innegable, pero si es capaz de conseguir su máximo rendimiento -que es el que alcanzó ante el Rayo Vallecano o en tramos de partido frente al Girona, el Xerez o el Granada-, tendrá suficiente para salvarse. Porque esa versión del Tenerife alcanza para ganar los partidos de casa y para sacar algún punto en sus siete salidas. En el fondo, ésta es una lectura de la situación que comparten los jugadores y el cuerpo técnico, pero el problema es cómo activar los resortes para que el equipo vuelva a jugar de aquella manera, con atrevimiento, con confianza, hasta con cierta alegría.

Solo hay una salida: ganar ya. Como sea, a trancas y barrancas, con la ayuda de la grada, apostando por los jugadores que estén al cien por cien comprometidos y que además sean capaces de meterle intensidad al partido, entendiendo que esa es la única forma de salir de ahí abajo. Rescatar a Nino nos acerca mucho a esa causa.