El público del Santiago Bernabéu respondió con decibelios a la llamada del entrenador del Real Madrid, el portugués José Mourinho, que pidió antes del partido de Liga de Campeones ante el Olympique de Lyon más intensidad a sus aficionados para pasar después de seis temporadas a cuartos de final de la competición europea.

Hace mucho tiempo que el estadio del conjunto blanco parece un teatro, donde se aplauden los mejores actos y donde se calla en los momentos de incertidumbre. También es el estadio de las pipas de girasol, que impiden a los aficionados blancos animar como en aquellos tiempos en los que el feudo merengue parecía una caldera. Aquella era otra época, la de los años 80 y principios de los 90, cuando se apelaba al miedo escénico para culminar remontadas imposibles.

Pero Mourinho ha conseguido cambiar esa actitud de la mayor parte de la parroquia madridista. Y lo hizo en sólo una semana, quejándose de su afición y animándola a cambiar para ayudar a su equipo, necesitado de su apoyo para acabar con una maldición.

"La afición debe jugar porque cuando jugamos fuera de casa siempre lo hacemos contra doce. En Champions los que juegan en casa siempre ponen dificultades por un ambiente de gran apoyo", dijo en la previa ante el Olympique de Lyon.

"El Bernabéu que conozco como entrenador del Real Madrid es tranquilo, vive los partidos de un modo muy tranquilo. Hasta ahora no he visto un Bernabéu que haya jugado con su equipo de verdad. Me dicen que aparece a la hora de la verdad llega y mañana lo es, porque a las 11 de la noche o estas en cuartos de final o terminaste tu Champions", añadió.

Esas palabras no cayeron en saco roto y desde el primer minuto del encuentro, el Bernabéu se asemejó a una caldera en ebullición. El ruido, sobre todo en los primeros instantes, fue ensordecedor. El madridismo rugió para atenazar las piernas de sus rivales franceses.

Los propios jugadores del Real Madrid se encargaron de provocar el fervor madridista cuando éste desaparecía en algunos momentos. El más activo fue el brasileño Marcelo, que en el minuto tres, después de disparar contra la portería de Hugo Lloris, agitó sus brazos a la grada para reclamar más apoyo.

Sólo durante un tramo de la primera parte, entre el minuto quince y el 26, cuando Cristiano casi marca el primero, el estadio merengue volvió a su ser habitual. El disparo del portugués que paró el guardameta francés volvió a reactivar al público del Bernabéu, que ya no se apagó hasta el final.

El gol de Marcelo en el 36 trajo un grito colectivo de alivio. Por fin, parecía que el Real Madrid iba a clasificarse para cuartos de final. El resto, fue una fiesta, donde se cantó a José Mourinho, a Ángel Di Maria e incluso se coreó, con 3-0 en el marcador, el clásico "así gana el Madrid". El pitido final acabó con una fiesta que no se veía desde hace mucho tiempo por la casa blanca. El Bernabéu, tiempo después, volvió rugir.