Fue el mayor ego de los Estados Unidos, el príncipe del hombre masa y de los masivos medios de comunicación. Era fascinante. La atracción y la repulsión se encontraba simultáneamente en un mismo ente. Había en su carisma la majestad de la amenaza. En los actos del pesaje sermoneaba, gritaba, aullaba, le sacaba la lengua al rival de turno, dominado por la angustia del terror o por una enloquecida valentía. Así comenzaba a fraguar sus espectaculares victorias.

"Jesucristo, los ángeles y toda la corte celestial son blancos. Superman, el Hombre Murciélago (Batman), el Hombre Araña y hasta Tarzán son blancos. El único héroe negro soy yo", afirmaba Cassius Clay, luego Muhammad Alí, que, como musulmán, no bebía, no fumaba ni tampoco comía carne de cerdo, "por eso soy esbelto y precioso". Con sus combates llegaba la magia, la leyenda y los recursos propagandísticos de aquel "hombre milagro" que, a cada instante, seguía proclamando que era el único, el más grande y el invencible.

Antes de la irrupción del vídeo, muchas veces acudimos al doméstico Súper 8 para presenciar las inolvidables evoluciones de aquel peso pesado de insólita velocidad; de aquel boxeador cerebral, científico y artístico que tan sabiamente planificaba su estrategia combativa. Salvando las lógicas distancias, muchas veces este carismático púgil nos hacía recordar a nuestro inolvidable Juan Albornoz Hernández "Sombrita". Clay, a sus veinte años y pico -y después de ganar el oro olímpico en Roma''60, cuando tenía dieciocho años-, ya poseía en su haber, en su brillante historial profesional, triunfos ante púgiles de la categoría ecuménica de Archie Moore, Henry Cooper, Sonny Liston, Floyd Patterson, George Chuvalo, Karl Mildenberger, Cleveland Williams, Ernie Terrel, Zora Foie, Óscar "Ringo" Bonavena...

Hace algún tiempo, y a través del Canal Plus, el cronista volvió a rememorar aquellas vivencias tras extasiarse ante un excepcional documental, "Cuando éramos reyes (When we were kings)", un trabajo sensacional dirigido por Leon Gast sobre los acontecimientos que rodearon al combate de boxeo entre Muhammad Alí y George Foreman, en 1974, en Zaire, donde el primero reconquistó el título que, diez años antes, había logrado ante Sonny Liston.

Pocas veces tendremos la oportunidad de gozar de una narración boxística tan completa y veraz como la lograda en la mencionada cinta, donde intelectuales de la talla de Norman Mailer y George Plimpton aportan una serie de opiniones, pensamientos y detalles de enorme profundidad en esta realización del cineasta norteamericano Spike Lee, e imágenes de la época de músicos como James Brown, Miriam Makeba o B.B. King, todo ello ofrecido bajo un montaje espectacular al que, como se había dicho, las quinielas le daban como favorito de cara a la concesión del Oscar al mejor largometraje documental, galardón que, al final, obtuvo.

Insistimos que siempre hemos preferido las evoluciones de aquel Cassius Clay en plan veinteañero, con sus piernas flexibles como el bambú, sus impecables rectos y su peculiar e inconfundible baile entre el ensogado, donde flotaba como una mariposa y picaba como una avispa. Cuando se enfrentó a aquella gigantesca fuerza negra que respondía por George Foreman, Clay ya se llamaba Alí, y aunque su anatomía no tenía muchas redondeces reñidas con el gimnasio, ya no flotaba como el bello lepidóptero, y muchas veces, para extenuar y cansar al rival, se acostaba en las cuerdas superiores del ring y así parecía como un hombre que se alongaba en la ventana de su casa para ver si sucedía algo en el tejado...

Frente a George Foreman, Muhammad, a sus treinta y dos años, sufrió un pequeño calvario en ocho rounds de anaquel. Y con su aparente pasividad en las aludidas cuerdas, parecía un elefante dormido. Pero cuando se despertó lo aplastó todo. Y con su proverbial estilo no quiso estropear, con un golpe torpe, la estética del hombre que caía de bruces, como George Foreman. En aquel octavo asalto se produjo "el K.O. del siglo XX". "Entonces, un gran proyectil -escribió el aludido Mailer-, exactamente de la talla de un puño dentro de un guante, se dirigió al centro de la mente de Foreman, el mejor directo de la noche de sobresaltos, el golpe salvador de la carrera de Alí: los brazos de Foreman se desplegaron al lado, como cuando un hombre con un paracaídas salta del avión...". Después, aquella enorme reverberación del público zaireño, que, más que nunca, siguió gritando, con vesánico frenesí, aquello de "Alí, boma yé!; Alí, boma yé! (Alí, ¡mátalo!)".

En noviembre de 2007 se nos fue, a los ochenta y cuatro años, Norman Mailer. Fue el hombre que noveló a Alí. Junto a Marilyn Monroe y Pablo Picasso, era su trío favorito. Mailer fue un machista acérrimo, profeta aficionado, bufón a ratos, un intelectual de pura raza que fue eterno candidato al nóbel, pero que su pertinaz fama de provocador nato lo alejó siempre de las quinielas de ganador.