¿QUIÉN de los que han superado ya el medio siglo de vida no recuerdan aquellos coches de juguete accionados por cuerda y que hacían las delicias de todos nosotros? Además, nos sentíamos, cada vez que los poníamos en marcha, ser unos auténticos héroes de la conducción y nuestro ejemplar el más veloz de todos, aunque llegara el último. Pero así es como transcurrió nuestra infancia: entre ruedas macizas de metal y motor de cuerda. En Santa Cruz varios fueron los establecimientos dedicados a juguetería, y, si la simple contemplación de sus escaparates nos deslumbraba, ya podemos imaginarnos nuestra ilusión desbordada dentro de los mismos, tocando aquellos ansiados coches de hojalata que por entonces eran las estrellas del mundo de la automoción infantil. Una de esas tiendas que simultaneaba los fotingos para adultos y fotingos de pedales era la agencia Citroën, del afamado y prestigioso Manuel Vandewalle Hardisson, quien solía poner a la venta cochecitos de pedales y cuerda, que eran reproducciones de sus hermanos mayores de fábrica. Los precios de los mismos oscilaban entre las 13,50 pesetas para los modelos pequeños y las 17 pesetas los más grandes. Mención aparte, y ya como la máxima aspiración para el conductor infantil, estaba el modelo "Citroënette" de 1,57 metros de largo, accionado por pedales y cuyo coste era de 275 pesetas. Todo esto sucedía allá por el año 1926.

Los años pasaban, pero a la presencia de los coches de cuerda aún le quedaban muchos años de vida. Aún faltaban muchos más para que fueran sustituidos por los accionados por pilas, otro alarde de la técnica que a nosotros más nos deslumbraba. Pues bien, antes de que las pilas desbancaran al romántico coche de cuerda, el suministro estaba garantizado con los famosos y recordados establecimientos jugueteros de la Plaza, como eran el Palacio de los Juguetes, la Casa Portuguesa o el Bazar Colón, solo por citar algunos. Allí acudíamos en compañía de nuestros progenitores en busca de la ansiada motorización mecánica. Una de las marcas punteras de coches de hojalata por aquellos años es la alicantina Payá, fabricante de preciosos y espectaculares modelos, disponiendo en catálogo de los más variados tipos. De este fabricante debemos destacar su modelo Bugatti 37 y el sedán de dos puertas, que fueron los más demandados por la infancia de aquellos años. La foto que ilustra el artículo de "EL DÍA" de esta semana corresponde a dicho sedán, un enorme cochecito de cuerda de cincuenta centímetros de largo, al que no le faltaba nada, ya que cuenta con apertura de puertas, asientos reclinables, maletero con tapa, faros que se iluminaban e incluso dirección, que sin ser asistida, funcionaba a la perfección.

Para la década de 1960 irrumpe en el mercado el coche de hojalata al que se le había sustituido el ya veterano sistema de cuerda por el de fricción. Con estos ganábamos en comodidad y más rapidez en ponerlos en competición con los rivales. Otros fabricantes de juguetes harán su desembarco simultáneo en Canarias, y, aunque ya la cuerda había desaparecido y el tamaño se redujo a una escala de 1/43, tuvieron una gran aceptación. La dureza, buen acabado y fácil transporte en nuestros bolsillos fue una de las bazas que jugó a favor de ello. Nos estamos refiriendo a las marcas inglesas Corgy toys y Dinky toys; la primera de ellas introducida en el mercado en 1933 y la segunda fabricados por la famosísima empresa Meccano Limited en 1934, con el claro objetivo de competir ferozmente en el mercado juguetero. Estos cochitos estaban hechos de hierro en una sola pieza, sin plásticos en sus ventanas, y sus ruedas macizas de caucho eran para aquel entonces un lujo. Como es lógico aguantaba todo tipo de "choques" provocados, que eran el mayor reto para comprobar cuál era mejor.