HOY vamos a hablar de los "progenitores" de los fotingos, que no son otros que los caballos, y con los cuales el transporte de todo tipo de mercancías y personas pudo llevarse a cabo gracias a su gran fuerza, eso sí, con gran esfuerzo, ya que los caminos por donde circulaban eran endiablados. Solo basta leer un relato de un viajero que se atrevió a realizar el trayecto entre Santa Cruz y Garachico en el año 1896 y publicado en el Diario de Tenerife el día 8 de agosto, para confirmar lo antes dicho, pues en las primeras líneas menciona que es una completa peregrinación y llega a decir que prefiere hacer el camino de vuelta a pie, antes de volver a bajar y subir tremendos barrancos o pasar por debajo de enormes acantilados que le obligan a rememorar los relatos de Plutarco.

Desde luego que al caballo le rodeaba una aureola de romanticismo que el automóvil destruyó, puesto que el cadencioso traqueteo de sus cascos fue suprimido por el ruido y humo de los fotingos, pero ese es el precio que debe pagar por los adelantos técnicos.

Para empezar debemos decir que los caballos no se encontraban solos o desamparados de las más elementales normas de protección, ya que el gobernador civil en vista de los abusos que cometían muchos aurigas con ellos se vio obligado a vigilar que no se enganchara ningún animal inútil a los coches e instaba a la Guardia Provincial que si detectara estos casos procediera inmediatamente a liberar a ese caballo de su trabajo. Incluso ordenaba que dicho animal fuera marcado con la letra R, evitando así que se repitiera ese abuso. La sociedad estaba sensibilizada con la brutalidad hacia los animales, ya que frecuentemente la prensa denunciaba estos desmanes con llamativas noticias e instaban a las autoridades a intervenir. Es habitual en la prensa local del año 1896 leer este tipo de información.

Otros de los apartados a los que debemos prestar atención es aquel relacionado con los accidentes. Los hay, por así decirlo, de todo tipo. Uno que no queremos omitir es el ocurrido el día 13 de junio de 1896 al prestigioso constructor Gaspar E. Fernández. Este caballero es el autor de conocidas obras públicas entre las que merecen ser destacadas la del remate del Faro de Fuencaliente o la del 7º trozo de carretera Santa Cruz-Güímar.

Ese día bajaba de La Laguna a Santa Cruz el señor Fernández guiando su propio coche con tan mala suerte que se desbocó el caballo, arrojándolo al suelo, de donde se le recogió sin sentido y con algunas heridas de consideración.

Hubo otras más aparatosas, como la acaecida el día 1 de febrero de 1896. En esa tarde, bajando la carretera de La Laguna y después de haber rebasado la curva de Gracia, también se desbocó la caballería que transportaba un carro cargado de cantería que en su desenfrenada carrera fue a chocar contra un muro. Bien que nos podemos imaginar las consecuencias del impacto, puesto que el peso de la carga y la loca carrera produjeron la muerte de la bestia y un destrozo del carro. Afortunadamente en este caso el conductor se salvó milagrosamente. El día 3 de marzo de 1897 un carrero falleció víctima de su propio carro, ya que mientras lo guiaba desde Tacoronte se quedó dormido, y al caer al suelo tuvo tan mala fortuna que una rueda le pasó por encima de su vientre. La carga que traía para ser embarcada en Santa Cruz eran tomates. La compra-venta de coches de caballos era notoria, y aquel que deseara adquirir un precioso Landau solo tenía que acudir a la calle Consolación, nº 18, donde se vendía uno en condiciones sumamente ventajosas. La pena es que no podemos, pues este anuncio data del año 1897.