DESDE que se inventó la rueda, esta pobrecita no ha hecho otra cosa que rodar y rodar. Lógico, para esa labor fue construida. Sus orígenes se pierden en los tiempos, atribuyéndose su invención a la época neolítica, y, como resultó ser un gran invento para el hombre, su expansión fue rápida y sumamente eficaz en todos los sectores de la vida.

Hoy en el artículo de EL DÍA vamos a narrar la historia de aquellas ruedas que circularon por nuestra isla calzadas con unos duros rodamientos de acero y que recibían la fuerza que proporcionaban los animales de tiro. Para ello no hay mejor método que remitirles a los comentarios que sobre los coches de ahora hace el Dr. Alejandro Cioranescu en su libro "Historia de Santa Cruz". Concretamente, en el tomo III describe de forma magistral las primeras empresas de transporte de pasajeros y sus vicisitudes para la comunicación entre los diferentes pueblos de Tenerife. La primera reseña que leemos es la concerniente a la empresa Hardisson Hermanos, fundada el 1 de julio de 1854, y que con un carruaje de un solo caballo, capaz para cinco pasajeros, hacía un viaje diario desde Santa Cruz a La Laguna. A los dos meses trajeron de Francia dos nuevos coches cerrados y un cochero francés, pudiendo hacer de ese modo dos viajes diarios a la vecina ciudad. La competencia no tardó mucho en hacer acto de presencia y en 1858 ya eran varias las que operaban entre Santa Cruz y La Orotava, contabilizándose un total de 16.000 viajeros. Continúa el Dr. Cioranescu contando que en la década de 1870 operaban tres empresas, siendo la de Juan Antonio Díaz la que cubría la línea El Rosario, Candelaria, Arafo y Güímar en un tiempo récord de cinco horas. La segunda de estas, cuyo propietario era Pedro Buenafuente Segura, con dos viajes diarios llegaba hasta La Orotava, y, por último, existía la de Francisco Rodríguez, que tan solo efectuaba un viaje diario a La Laguna.

Un reglón aparte merecen los comentarios que el Dr. Cioranescu hace de los coches privados o particulares, ya que informa que la posesión de alguno de ellos representaba todo un lujo, y cita como ejemplo al Marqués de Casa-Caquigal, quien se paseaba en su birlocho en 1808, o a los diferentes comandantes generales que hacían lo mismo pero con relativa anterioridad a la del marqués.

Ya para 1896 el uso del coche de caballos particular estaba más popularizado. La prueba de ello la encontramos en el "Diario de Tenerife", en su edición del día 26 de febrero de 1896, que informaba de un aparatoso accidente ocurrido al doctor Eduardo Domínguez Afonso (1840-1923) en La Laguna, entre su frágil y ligero coche y un enorme coche de hora que lo arrolló y del que salió milagrosamente ileso.

Ante el auge de todo tipo de carruajes, birlochos, calesas, carretas y carros, el Ayuntamiento dicta el 4 de octubre de 1897 un bando para regularizar la higiene de las caballerizas. Con la entrada del nuevo siglo en nuestra isla, aún el coche de tracción animal continuaba siendo el rey de la carretera, pues en 1902, año del debut del coche-automóvil en nuestra isla, el Gobierno Civil convoca un concurso para el transporte del correo desde Santa Cruz a Güímar y otro desde Güímar a Arico por un importe de 4.000 pesetas anuales, siendo condición indispensable que el primer trayecto debe ser cubierto por un coche de caballos de cuatro ruedas, mientras que para el segundo solo se exigía que fuera a lomos de un caballo.

Pasados unos cuantos años, las viejas ruedas de llanta de acero dejaron paso a las macizas de caucho y, posteriormente, a las silenciosas cubiertas de aire, muriendo con ello el romántico traqueteo del acero con la piedra.

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