En el decimonoveno aniversario del fallecimiento de Rommel Fernández -cumplido ayer-, una nueva voz se une a las que en otras ocasiones ya homenajearon al que fue, y sigue siendo, ídolo del tinerfeñismo. Se trata del testimonio de uno de los mejores amigos que tuvo el futbolista pa-nameño en sus últimos meses de vida. No es otro que el director deportivo del club blanquiazul, Pedro Cordero, que coincidió con el "Panzer" en el Albacete a partir del mes de febrero de 1993.

Rommel había comenzado aquella Liga en el cuadro manchego, tras su brillante etapa en el representativo y una campaña, la 91/92, en el Valencia. A mitad de curso conoció a Cordero, un jugador dos años menor que él procedente del Cartagena. Enseguida conectaron y entablaron una estrecha amistad. A esta sociedad entre el panameño y el cartagenero se unió el portero balear Fernando Marcos Santiago. "Por desgracia coincidimos poco tiempo, no más de tres meses, pero tuvimos una gran relación, porque existían bastantes cosas en común entre los dos, como una edad cercana, que éramos solteros... En definitiva, enseguida hubo química entre los dos, seguramente por la forma de ser de ambos, por ser gente muy abierta. Salíamos del estadio juntos después de cada partido, íbamos a comer durante la semana, nos visitábamos... La relación fue muy buena, al igual que con Marcos", rememora Cordero.

Por ese entonces, el director deportivo empezó a empaparse de información del que, con el paso de los años, acabaría siendo su destino profesional, ya que "Rommel estaba hablando todo el día de la Isla". Durante ese tránsito entre el invierno y la primavera de 1993, Pedro también pudo descubrir la pasión de su compañero por la música. "Le encantaba la salsa, siempre estaba bailando", apunta sobre alguien que sobresalía por ser "una persona muy generosa, noble y abierta". Entre las múltiples anécdotas que servirían para describir a Rommel, Cordero se queda con el trato que le dispensaba, en particular, a los más jóvenes aficionados del Albacete. "Cuando salíamos de los entrenamientos siempre tenía el coche lleno de niños, a los que luego llevaba a sus casas", cuenta todavía admirado por la generosidad de alguien que "prácticamente no valoraba lo material, sino que lo compartía todo con los demás".

En el Heliodoro.- Curiosamente, el primer partido de Liga en el que Cordero y Fernández jugaron juntos por primera vez fue el que enfrentó al Albacete con el Tenerife, en el Heliodoro Rodríguez López. Fue el 28 de febrero de 1993. El encuentro acabó con empate a dos goles, uno de ellos marcado por el ahora dirigente blanquiazul. Siendo uno un futbolista ofensivo de banda y el otro un jugador de área, la relación en el césped fue igual de fluida que fuera del campo. "Para mí era una referencia, porque iba de maravilla por alto y lo daba todo en el terreno de juego. Yo era interior o mediapunta, y siempre me beneficiaba de su trabajo, era una garantía tenerlo al lado", asegura Pedro, que nunca vio un mal gesto del goleador hacia los contrarios o sus compañeros. "Cualquiera que cometiera algún error, enseguida recibía sus palabras de ánimo".

El fatídico día.- Todo iba bien para un Albacete que caminaba con paso firme hacia la permanencia en Primera, objetivo que finalmente alcanzó, y también para una plantilla en la que Rommel, Cordero y Marcos eran inseparables. Pero llegó el fatídico día del accidente de coche que acabó con la vida del panameño. Ocurrió después de un almuerzo entre varios futbolistas del conjunto manchego, cita a la que no faltaron los dos grandes amigos del goleador. "Aquel jueves nos fuimos seis compañeros a comer a un restaurante que está a unos 15 minutos de Albacete. Lo solíamos hacer cada semana. Estábamos Zalazar, Conejo, Bjelica, Marcos, Rommel y yo. Creo que no había nadie más. Y después llegó la desgracia. Fue horrible. Se juntaron muchas casualidades negativas para que pasara lo que pasó. Y para colmo, la mala suerte del árbol que había a un lado de la carretera...".

Cordero no tuvo noticias del suceso hasta que llegó a su casa, ya que "en aquella época no existían los teléfonos móviles" y cada futbolista condujo su propio vehículo para dirigirse a su domicilio. "Íbamos en una fila de seis coches y fue Bjelica el que circulaba justo detrás de Rommel -relata-, así que fue testigo del choque con el árbol. Yo iba delante y no me enteré. De hecho, al llegar a casa me puse a ver la Vuelta Ciclista tranquilamente, hasta que sonó el teléfono. Era Marcos para darme la noticia. No lo podía creer, porque veinte minutos antes habíamos estado todos disfrutando de un almuerzo".

Cordero tuvo que actuar como si de un verdadero familiar de Rommel se tratara a la hora de ejercer de anfitrión de los amigos del delantero que se desplazaron a Albacete en aquellos días. "Marcos y yo nos tuvimos que hacer cargo de la situación, porque Rommel no tenía familia en Albacete y los dos éramos los amigos más cercanos que tenía allí. Vino gente de Panamá, de Tenerife, de Valencia y fuimos los encargados de recibirlos en su casa. Fue un momento dificilísimo, muy emotivo, algo que no se me borrará de la mente. Y la plantilla se quedó tocada por el vacío que dejó".

Diecinueve años después, a Cordero todavía le resulta difícil de explicar cómo fue capaz el Albacete de retomar la rutina de trabajo después de despedir para siempre a Rommel. "Fue un momento muy difícil y tanto Marcos como yo lo acusamos todavía más, porque allí éramos como su familia y convivíamos con él a diario. La amistad duró solo tres meses, pero fue especial", sostiene el director deportivo, quien, desde entonces, tiene algo en común con el tinerfeñismo cada 6 de mayo.