LLEGÓ A LA SALA DE PRENSA de forma apresurada. Se sentó, se puso sus gafas de vista, tomó en sus manos el comunicado que le habían escrito y lo leyó. Sin levantar la cabeza una sola vez. Folio y medio de texto para no decir nada que no supiéramos ya. Como un autómata sin corazón, acabó y también sin mirar al frente, a esos periodistas (algunos) que osan criticarle, se marchó.

Miguel Concepción Cáceres se queda. Después de tres fracasos consecutivos, consolidado ya como el peor presidente en la historia del CD Tenerife, sigue. Da igual que la gente le pida que se vaya (ayer hubo gritos de "presidente dimisión"), que haya protagonizado dos descensos y que el club se quede en Segunda B otro año. Ni importa que hayan pasado más de 50 jugadores, ocho entrenadores y tres directores deportivos en las dos últimas temporadas. Su único argumento es tan pobre como real: no va a dejar tirado al club. Real porque nadie ha dado un paso adelante para postularse como su sucesor. Pobre porque su gestión ha hecho tanto daño al tinerfeñismo que, aunque no haya nadie para ocupar su lugar ahora, su salida sería lo primero coherente que hace en tres años.

Me da igual el partido. No tengo ganas de hablar de Gil Coscolla, que se tragó un penalti a Kike López y otro por mano de Samuel (también uno muy claro de Pablo Sicilia). Entretenernos en su más que dudoso arbitraje solo nos distrae de la realidad: nos quedamos en Segunda B un año más.

El futuro es lo que más miedo da. Porque Concepción, en su huída hacia delante, es capaz de poner el equipo en manos de cualquiera. Ayer dijo que se anunciarían medidas en breve. Supongo que con la misma prisa que se tomó para elegir, él solito, a Cordero. Al todavía director deportivo se le podrá criticar mucho, pero ha sido honrado. Mejor o peor, pero honrado. Igual que lo fueron Ruiz, Carrasco, Serrano, Llorente o Lorenzo antes. Que no nos cuelen ahora algún personaje deshonesto. Bastante tenemos ya con este fracaso.