La ciudad de La Laguna se prepara para conmemorar un hecho histórico dentro del acontecer histórico-religioso, como es el cuarto centenario de la construcción del convento de clausura de Santa Catalina de Siena, cuyas obras finalizaron el 23 de abril de 1611.

La superiora de dicho monasterio, Sor María Cleofé López Lantigua, destacó que Su Santidad el Papa, Benedicto XVI, Joseph Alois Ratzinger, ha concedido un Año Jubilar con motivo de este acontecimiento, con indulgencias plenarias para todo aquel que rece en el convento una oración que está preparando la orden religiosa dominica y que se espera difundir a partir del 8 de mayo. Además, una comisión especial prepara un amplio programa de actos religiosos y culturales para desarrollar a lo largo de este año.

Las guías históricas resumen los datos más sobresalientes de la historia del monasterio, pero en los antiguos legajos que conserva dicho convento hay otra información menos conocida que damos a conocer hoy para un mejor conocimiento de la población.

Todo empieza el día en que el capitán Juan de Cabrejas, natural de la isla de Canaria, vecino y regidor de La Palma y secretario del Santo Oficio, y su mujer, María Salas, ofrecieron a Jesucristo, para que fuera su esposa, a su hija Florencia de Cabrejas.

Por la devoción que dicho matrimonio tenía a Santo Domingo, decidió que la joven profesara con las religiosas de su sagrada orden, la cual no estaba instituida en Tenerife sino la de Santa Clara. Por ello, propusieron, con acuerdo de fray Pedro Marín, vicario provincial de las Islas Canarias, fundar un convento de religiosas de Santa Catalina de Siena en La Laguna y emplear en el mismo toda su hacienda.

Entre los bienes que se vendieron figuraron las principales casas del mayorazgo, con el agua que le pertenecía y venía de la pila y fuente de la plaza principal de la ciudad.

Juan Cabrejas compró las casas, el viernes 15 de septiembre de 1600, al precio de 2.000 ducados, y el 18 de mayo de 1606, fray Pedro Marín solicitó al obispo Francisco Martínez que concediera la licencia para fundar el convento de Santa Catalina, con la condición de que sus monjas estuvieran sujetas a la obediencia del provincial y sus sucesores.

Si vamos ahora al libro de la construcción del convento, vemos que el 14 de marzo de 1607, Benito Afonso, pedrero y vecino de La Laguna, se obligó a hacer al capitán Juan de Cabrejas, tres cuartos para el monasterio al precio de "seis reales menos cuartillo cada tapia de las que hiciere y donde hubiere puerta o ventana he de medir la mitad de ella por el trabajo de asentarla, lo cual me pondré a hacer dentro de un mes o antes si se me avisara lo haré y traeré siempre desde el día que empezara hasta acabarla sin que falte a ninguno con cinco oficiales maestros conmigo". Pidió que se le suministrara la tierra y el agua y que dicho maestro de cantería pondría el resto de materiales. Especifica Benito Afonso que "las dichas paredes de vigas abajo han de tener de anchura tres palmos y medio y de vigas arriba, tres palmos".

El 16 de mayo del citado año, interviene al carpintero Baltasar Martín, vecino de Garachico, que se encargó de enmaderar el convento, para lo que pidió 20 reales por cada pie de obra, tanto con respecto a la iglesia como a los cuartos. Solicitó también un adelanto de 1.000 reales para comprar un esclavo y dinero para los cahíces de trigo y una pipa de vino. demás le dieron 50 reales cada semana para pagar a los oficiales de la obra y para el sustento del referido carpintero.

Luego vendrían otros maestros albañiles, hasta llegar al 19 de abril de 1616, en que encontramos al maestro carpintero Salvador López, reparando el coro.

Es de destacar que la primera congregación la formaron cuatro monjas venidas de los conventos sevillanos de Santa María de Gracia y de la Pasión. La comunidad fue creciendo posteriormente en número y el convento adquirió mayores rentas, hasta convertirse en uno de los más importantes de la Isla.

La iglesia del convento pertenece a la parte más antigua del monasterio, y de la misma hay que destacar el retablo principal, estilo Barroco, y el gran altar de plata con su sagrario y expositor.

El tesoro del convento de Santa Catalina lo forma, sin lugar a dudas, Sor María de Jesús, una ejemplar monja que lleva 280 años incorrupta y que se encuentra en proceso de beatificación. Su cuerpo descansa en el sarcófago que regaló el capitán de navío Amaro Rodríguez Felipe, que en la actualidad es conocido como el corsario Amaro Pargo.