Ayer era Mateo Yammine, un cantante italo-libanés, quien amenizaba con su música en inglés la mañana en el entorno de la Catedral. Otras veces son folías y malagueñas las que endulzan el paseo a los viandantes que transitan por este punto de la ciudad.

Unos y otros, artistas callejeros y visitantes, transitan y actúan ajenos a las obras que poco a poco van dando forma al gran templo de Aguere. Los acordes musicales compiten con el ruido de martillos y máquinas de construcción. Casi siempre ganan los primeros. Los aplausos espontáneos - y alguna monedita- son el premio y el reflejo de que la música amansa a las fieras. Tengan estas el aspecto que tengan.

Tras años de abandono y dejadez de las administraciones -demasiados para tan noble inmueble-, la Catedral comienza a convertirse en lo que fue: el gran punto de referencia de la ciudad.

Detrás de la valla que perimetra los trabajos, los obreros se mueven despacio. El trabajo lo requiere. No es una obra cualquiera la que se lleva a cabo en el templo lagunero. Piedra a piedra -con años de historia-, los trabajadores van culminando el puzle.

Ayer trabajaban en la salida de la Catedral por la calle Bencomo y en la esquina de la Carrera con Juan de Vera, "vigilados" por no pocos curiosos que se resisten a que la malla verde que impide la visión de la calle les robe el avance de las obras. Para ello se han encargado de hacer huecos en diferentes puntos de la tela.

Habrá que esperar, sin embargo, para que prosigan los trabajos de la zona paralizada por indicación del grupo de expertos. Esa que está cerca del antiguo estanque de los patos. Pero también llegará su hora.

Al igual que llegó el momento de ver la Catedral abierta. Y de ver las calles peatonalizadas. Y de ver a La Laguna convertida en el epicentro del área metropolitana.