Profesan un enorme respeto, primero, a su padre, y, segundo, al oficio que los ha ocupado toda una vida, el de latonero y hojalatero. Los hijos de Wenceslao Yanes heredaron de su progenitor la maestría para moldear los metales, y a ello han dedicado toda su vida con esfuerzo, esmero y mucho éxito.

Con incansable actividad creadora, el taller "Hijos de Wenceslao" ha conseguido preservar durante dos generaciones la identidad de un oficio ligado al acervo cultural isleño.

Rafael, Isidoro, Wenceslao y José (fallecido en julio del pasado año), que recibirán un reconocimiento mañana en el marco de las fiestas en honor de San Benito Abad, están ahora jubilados, pero su taller, ubicado en la calle que lleva el nombre de su padre, en el Cercado del Marqués, sigue siendo un auténtico museo.

Allí está desde el año 1960, aunque su antecedente tiene origen en la céntrica calle Herradores -lo que es hoy Almacenes Herreros-, donde su padre inició un proyecto que luego ellos se encargaron de perpetuar.

El local original permaneció abierto hasta los años 80, como escaparate de su trabajo -los hermanos se iban rotando en él-, pero unas obras en el inmueble contiguo echaron abajo la casa. Un revés que, tal vez, nunca terminaron de superar.

En todo este tiempo, y según relata Wenceslao, han hecho todo tipo de trabajos en metal, aunque si hay algo que los defina son los faroles y apliques. Los han fabricado de todos los tamaños y, prácticamente, para todo el mundo, desde el artista universal César Manrique, hasta anticuarios ingleses que durante 35 años confiaron en la destreza de las manos de los hermanos Yanes.

Aunque también es incontable el número de casas y empresas que han decorado sus paredes y alumbrado sus habitaciones con objetos fabricados en el taller "Hijos de Wenceslao". El hotel Bahía del Duque o el restaurante El Monasterio son algunas de ellas.

No obstante, si hay un trabajo que, por su rareza, se mantiene en el recuerdo, es el que tuvieron que realizar, en los años 60, en el desaparecido hotel Diplomático de Santa Cruz de Tenerife. Durante un mes se dedicaron a forrar con chapa galvanizada la piscina del desaparecido establecimiento de la calle Antonio de Nebrija. "Y no pagaban hasta que se probara y comprobaran que no se salía", recuerda Wenceslao. Por esa obra, que se culminó sin problemas, cobraron 15.000 pesetas, incluyendo el material.

Pero no siempre fue así. En algunos momentos el gran obstáculo al que se tenían que enfrentarse era, precisamente, este, la escasez de materia prima. "Los oficios han evolucionado igual que el país", enfatiza Wenceslao.

Y como consecuencia de esa evolución también llega el final para lo tradicional. "La artesanía ya no es rentable", dice el tercero de los hermanos Yanes. "Las grandes superficies tienen las cosas más baratas. Antes de su instalación teníamos mucho trabajo", lamenta.