Donde quiera que voy "tengo las puertas abiertas". Esta afirmación solo la puede decir alguien que haya hecho el bien como Juan Manuel González Cruz, Manolito, sacristán de la iglesia de La Esperanza desde hace 33 años.

Jubilado desde hace unos años de la Asociación de Empleados de Iberia padres de discapacitados (Apmib), Manolito recibió su merecido homenaje, impulsado por el párroco Manuel Bethencourt, hace unos días en su Esperanza natal, en un acto en el que, reconoce, que se emocionó mucho y en el que la gente le decía a su familia "que le podía dar algo".

Muestra de su aprecio queda la asistencia de numerosas autoridades, civiles y religiosas, al reconocimiento. Además del alcalde de El Rosario, Macario Benítez, acudieron al acto la consejera insular de Medio Ambiente, Guadalupe Mora; gran parte de los sacerdotes del Arciprestazgo de La Laguna, la Hermandad de la Virgen de La Esperanza y la Adoración Nocturna de la parroquia, entre otros.

Manolito inició su altruista labor por deseo de su madre Rosario -que por enfermedad ya no podía servir a la parroquia-, cuando era párroco del pueblo Pedro Juan García, y la continuó tras el fallecimiento de esta por decisión de su hermana Candelaria. "Y seguiré ayudando a la iglesia mientras pueda", enfatiza.

Prueba de la fidelidad a su "trabajo", el sacristán, como le gusta a sus allegados que lo definan, recuerda lo que hizo el día que se jubiló. "Vine aquí a decirle al cura que tenía una noticia: estaba jubilado para poder abrir la iglesia". Y así lo hace todos los días, por la mañana de 10:30 a 13:00 horas y por la tarde de 16:30 a 19:30.

Y como muestra también de sus constancia, Manolito asegura que apenas habrá fallado una decena de veces, en más de 30 años, a los actos en los que ejerce de sacristán: bodas, bautizos, entierros, comuniones, etc. Y, cómo no, al toque de la campana.

Es más, se muestra orgulloso al reconocer que muchos de los niños que se han bautizado en la iglesia son ahora hombres y mujeres en el pueblo.

En el homenaje en el que reconocieron su labor, el actual párroco de La Esperanza, Manuel Bethencourt -lleva cuatro años en el pueblo- definió a Manolito como un sacristán que "silenciosamente, sin buscar honores, casi de puntillas, hace el bien en todo lo que puede".

En definitiva, "un hombre atento siempre a lo que hay que hacer", fiel a su misión grande: servir a la Casa de Dios.