La de Francisco Marrero, el último carpintero de San Benito, es una historia curiosa. A pesar de haber vivido de la carpintería durante casi toda su vida, reconoce sin ningún reparo que ha sido un oficio que "nunca le gustó". Que lo aprendió por rutina, y por necesidad.

Es más, muestra de que su afirmación es cierta, Marrero asegura que, desde que se jubiló hace 17 años -tiene ahora 82-, apenas ha cogido un cepillo -herramienta para desgastar la madera- en sus manos.

Comenzó a trabajar en un taller de la calle Candilas, con el maestro José Socorro, un lugar en el que los trabajos de carpintería no era lo más habitual. Allí lo principal era hacer carretas, arreglar sus ruedas y crear, a mano, los dientes para las coronas de los molinos de gofio.

En una de las salidas del taller, para techar la conocida como "Fábrica de perfumes" de la carretera de La Esperanza, Francisco conoció otra empresa, Hidráulicas y Civiles, con la que siguió trabajando durante unos meses, de siete de la mañana a siete de la tarde.

Durante un tiempo lo hizo en la antigua Azufrera de Taco. Aprovechaba que su padre y su abuelo eran conductores del tranvía para bajar hasta La Cuesta y, desde allí, iba caminando al trabajo.

La dureza del horario hizo que abandonara y comenzara a trabajar con Guillermo Peraza y Sergio González Machado, con los que hizo trabajos a más de seis metros de altura sin ningún tipo de seguridad. "Uno era un ignorante, pero no se podía perder tiempo, sino sacar el trabajo", reconoce.

Francisco Marrero recuerda que cuando empezó en este trabajo no tenían ni máquinas. Llegaron después y se instalaron en un local alquilado de la calle San Antonio. Con ellas se empezaron a hacer trabajos para obras.

Como encargado del taller durante un tiempo, hasta que le pidió un aumento de sueldo a sus jefes y estos no aceptaron. Aquí dio el salto como trabajador por cuenta propia.

Como anécdota de este cambio, Marrero recuerda lo que su mujer, Antonia Hernández, embarazada en ese momento de uno de sus seis hijos, le dijo cuando apareció en casa con las herramientas. "¿De qué vamos a vivir?". "Mientras no falte el dinero, no te preocupes", fue su respuesta. Finalizaba el año 1956.

Y no le faltó. Con "don Luis García Yanes" como primer cliente, Francisco Marrero hacía trabajos de madera durante el día, y luego armaba muebles metálicos que importaba el propio Yanes. Mobiliario que iba a destinado a equipar los bancos de la capital, y cuyo embalaje de madera aprovechaba para sus encargos en madera.

De esa etapa recuerda con especial cariño el trabajo que hizo en el Cine Aguere de La Laguna, a pesar de que tuvo alguna que otra dificultad para cobrarlo.

Y también un armario de madera de color que, casi jubilado, armó en la casa de un conocido médico de La Laguna.

"El sistema mío era no engañar a nadie, ni en lo económico ni en el tiempo en el trabajo", subraya Francisco Marrero, quien ahora, lejos de martillos, sierras, clavos y cepillos pasa su tiempo libre en un pequeño terreno que tiene en La Esperanza.