El aplomo con el que habla de su profesión puede llevar a confusión sobre su edad: 24 años. Cuando permite que se profundice un poco en su vida queda claro, sin embargo, que el idilio con su trabajo - también pasión y hobby- viene desde muy niño.

Ibrahim Hernández García, un joven de Punta del Hidalgo, se ha convertido en toda una referencia de la imaginería en Canarias -también recibe encargos de la Península-, un arte que, a pesar de su connotación religiosa, tampoco ha escapado a los rigores de la crisis.

Profesional desde los 17 años, su relación con la imaginería casi se selló en la cuna. Aunque ahora lo cuenta como una anécdota, su madre, María Katia, quedó "traumatizada" cuando, aún en la guardería, su hijo utilizó la plastilina con la que otros niños hacían figuritas sin forma para hacer un Crucificado.

Y en la mesa, mientras comían, tampoco desaprovechaba la ocasión para hacer esculturas e imágenes con las migas del pan.

Tal fue la preocupación de la progenitora que en más de una ocasión comentó entre su familia que el niño "le iba a salir cura".

Sin embargo, se equivocó. Aunque entre imágenes de vírgenes y santos, el camino de Ibrahim nada iba a tener que ver con vestir los hábitos. Lo suyo era arte. Tal vez el mismo que recorre las venas de otro reconocido puntero, Chago Melián, primo hermano de su padre.

Formado en los talleres de uno de los grandes maestros de la imaginería en España -sigue yendo cada verano-, el cordobés Antonio Bernal, Ibrahim Hernández decidió abrir su propio taller con solo 17 años.

Con herramientas que había ido adquiriendo desde que tenía 10 años, el joven puntero eligió una vieja casa restaurada junto a la iglesia del barrio costero de La Laguna. Allí trabaja, cuando la profesión lo exige, de ocho de la mañana a ocho de la tarde. A veces también los fines de semana.

Formones, raspines, escofinas o gubias forman parte de su día a día. También la imprescindible madera de cedro -la mejor para estas obras-, el barro, el bronce... En definitiva, casi aquel material que se pueda modelar, dependiendo de la pieza que se quiera hacer.

Claro que eso no ocurre siempre. Según reconoce, desde hace dos años el trabajo ha experimentado un considerable descenso. Tanto que él y otros profesionales se han visto obligados a rebajar los precios de sus obras. En algunos casos a la mitad. ¿Por qué? A la consabida crisis se suman otros factores como la falta de promoción, la poca implicación de las administraciones y los encargos a artistas de fuera, dejando en un segundo plano la calidad de los trabajos. "Nadie es profeta en su tierra", comenta con cierta amargura. "Dieciséis presupuestos que estaban para firmar se han echado para atrás", añade.

La situación ha llegado a tal punto que Ibrahim no descarta hacer las maletas y llevarse su arte a la Península, donde hay más mercado, aunque también más competencia.

Mientras confía en que eso no suceda, en su taller se afana ahora en culminar su último gran encargo: una Dolorosa de talla completa que le ha pedido un particular para donar a una iglesia del norte de Tenerife. "Los particulares están salvando el negocio", concluye. Ojalá que por mucho tiempo.