Ayer, a las cinco en punto de la tarde, la hora prevista para la tradicional ofrenda de los alcaldes de La Laguna y El Sauzal a sor María de Jesús, la llovizna que durante buena parte del día había caído sobre la ciudad se intensificaba. Agua unida a un poco de viento y otro poco de frío; una meteorología desapacible. Pero la respuesta de quienes bordeaban el exterior del convento de Santa Catalina de Siena hasta casi la calle Viana no era otra que abrir sus paraguas y resignarse. Allí nadie parecía plantearse la opción de abandonar la fila e irse a su casa.

Ya estaba en marcha el acto central de la jornada, al que asisten representantes políticos de los municipios en los que nació -El Sauzal- y murió -La Laguna, un 15 de febrero, tal día como ayer- la conocida como "la Siervita", la monja que permanece en estado incorrupto y cuya exposición cada año se convierte en imán de fe para miles de tinerfeños e, incluso, para residentes en otras islas, en uno de esos actos que, como la mayoría de las tradiciones, no por repetidos son menos esperados. Al revés.

Si bien es difícil de medir, el tiempo sí que pudo frenar algunas peregrinaciones a pie desde municipios del Norte de vecinos que, a través de la carretera general, suelen acudir ante una religiosa que aguarda desde hace años para ser beatificada. Nació en 1643 en una familia humilde, y el capellán del monasterio de Las Catalinas, Vicente Cruz, afirmó ayer en el acto de la ofrenda que vivió 63 años en este recinto religioso, y le puso calificativos como "austera", "bondadosa" y "extraordinariamente alegre".

Tras el repaso histórico, el tributo. El alcalde de La Laguna, José Alberto Díaz, y el de El Sauzal, Mariano Pérez, atravesaron el templo y se introdujeron dentro de la reja que separa el coro del resto de la iglesia para realizar una ofrenda en forma de corona floral a la monja incorrupta, que yace dentro de un sarcófago -cerrado durante el resto del año- y a la que se le atribuye la realización de hechos milagrosos.

El capítulo vespertino fue, en realidad, una muestra del resto del día. Y es que las puertas abrieron a las 5:30 y no hizo falta que pasaran muchas horas para que se hiciese necesario esperar. Una veces la fila subía unos metros por la calle de la Carrera, y otras, un poco más. Variaba; al contrario de la fe de los devotos, a juzgar por las visitas y los centenares o miles de plegarias y agradecimientos que dejaron caer tras el enrejado. Los que se quedaron con la magua tienen el próximo domingo una nueva oportunidad para verla.