Sus biografías, como todas las biografías, son personales e instransferibles en sus detalles, pero en las líneas maestras se vuelven representativas de una generación. Demetria Rodríguez, Eutimio Alonso (conocido como Artemio), Mateo Martín y Obdulia Hernández son cuatro vecinos del núcleo de La Esperanza que tuvieron su espacio en esta edición de las fiestas del lugar, dedicadas a la emigración y cuyo programa de actos abordó sus vidas. Cuatro historias de ida y vuelta entre El Rosario y Venezuela y años, y décadas, de trabajo intenso.

"Cuando llegué a Venezuela me recibieron muy bien", empieza sobre el inicio de su etapa en aquel país Demetria, de 82 años y que junto a su marido se fue de La Esperanza en 1958. Hoy, pasados los años, no se olvida del vecino que le dio diez bolívares para empezar su andadura o de otra persona que le compró una cama. "Y los venezolanos también fueron muy buenos con nosotros", apunta Rodríguez, que reside en la calle La Fuente, uno de esos puntos de los que marcharon un gran número de emigrantes a consecuencia de un tiempo de necesidades económicas. Tanto que, a veces, la agricultura, la ganadería y el gangocheo no acababan de ser suficientes.

Aproximadamente el mismo tiempo que Demetria -una década- estuvo en Venezuela Artemio, que en la actualidad tiene 76 años y es de la calle Grano de Oro. "Me dediqué a la agricultura, a la colocación de pisos, fui camionero...", expresa este otro emigrante regresado sobre las múltiples ocupaciones que tuvo. Se fue con 15 años, volvió en 1958 para casarse y se instaló otra vez en la Octava Isla, para terminar retornando definitivamente.

"Nosotros teníamos falta de preparación y por eso los sueldos no eran más altos". Esa clave la aporta Mateo, de 74 años, que trabajó de camarero en una arepera y en una compañía de productos lácteos. Fue en su primera etapa venezolana, iniciada en 1957 y que duró hasta 1964. Tras casarse, y como no encontraba un trabajo que le gustara, apostó por probar de nuevo al otro lado del Atlántico, donde permaneció hasta 1989 dedicado al sector cárnico. Su caso también demuestra la fuerza de las estancias de esperanceros: "En mi casa éramos cuatro varones y todos fuimos".

Sentados en la Alcaldía rosariera, mientras van relatando sus vivencias, fluyen recuerdos en los que todos coinciden y que, hasta por momentos, los lleva a la nostalgia. "No se olvida uno de Venezuela", sentencia Obdulia Hernández, vecina del camino Madroño-Goteras, de 81 años y que ha estado la mitad de su vida en el exterior. El viaje lo realizó en el barco "Begoña" y gracias al dinero que le prestó una familia de Llano del Moro. A partir de ese momento empezó a trabajar como vendedora y de conserje en hasta once edificios que limpiaba al mismo tiempo y para lo que se llegaba a levantar en plena madrugada. "Salía de aquel e iba al otro, salía de aquel e iba al otro...", explica de aquellos años. Posteriormente se trasladó a San Antonio de Los Altos, en el Estado Miranda, y acabó convirtiéndose en jefa de cocina en la Universidad Latinoamericana de los Trabajadores, donde llegó a preparar comida para hasta 600 personas y coincidió con varios presidentes de Venezuela. De los alimentos, las anécdotas y sus compañeros en esa etapa habla con una satisfacción que, en general, se repite en lo que cuentan los otros emigrantes. En la actualidad, todos miran desde la distancia el acontecer de un país en el que pasaron algunos de los mejores años de su vida y que desde hace tiempo no atraviesa por su mejor momento.

el rosario

Un nexo especial entre El Rosario y La Octava Isla

El Rosario se encuentra entre esos municipios del Archipiélago que mantienen una relación estrecha con la emigración a Venezuela. Lo explica su alcalde, Escolástico Gil, que señala que fue sobre todo en los años 60 y 70 cuando muchos rosarieros apostaron por buscar una vida mejor. "Algunos no tenían dinero para pagarse el viaje, lo pedían prestado y lo devolvían desde allá", contextualiza el político, testigo de excepción durante su infancia de aquella especie de éxodo y a quien algunas imágenes de vecinos que iban y volvían se le quedaron grabadas a fuego. "Esa época significó que mucha gente mejorara su nivel de vida", apunta.