Amaro Rodríguez mira al pasado y recuerda aquellos tiempos en los que el número de clientes era más elevado, cuando todavía no habían aparecido los supermercados y grandes superficies. Vecino de Machado, ha estado vinculado toda su vida a una venta que, aunque su actividad no es la de antes, mantiene el sabor tradicional, ese tan ligado a los comercios de sus características en las Islas.

Amaro, popular en la zona y con el mismo nombre de quien probablemente sea el más célebre personaje de este núcleo rosariero -Amaro Pargo, el conocido corsario-, comenzó su trayectoria como ventero en su juventud. Primero en otro local a unos 50 metros y después, tras levantar su casa, en el actual, del que su hija Carmen Delia se puso al frente hace algo menos de dos décadas, tras la jubilación de su padre.

La verdura, marcas reconocibles ligadas al Archipiélago y una estética muy peculiar son los rasgos distintivos de este negocio, en el que Amaro Rodríguez, ya octogenario, continúa con el ojo puesto. "Sigue revisando las cuentas", señala su hija. "La experiencia de uno...", añade él apoyando una mano en el bastón y la otra en el mostrador.

Que un establecimiento de este tipo siga adelante no es sencillo, y no solo porque la rentabilidad económica no es siempre la deseada, sino por el esfuerzo que hay que realizar. Según detalla Carmen Delia, dos veces en semana se levanta a las 3:00 de la mañana para ir a buscar los productos que después venderá. Sin embargo, relativiza esos madrugones: "Ya me he acostumbrado".

Amaro rememora cuando un camión se dirigía hasta El Tablero con los alimentos y estos después eran transportados "en bestias y al hombro". Eran otros tiempos. Tan lejanos que llegó a haber hasta seis ventas en El Tablero, de las que en la actualidad solamente queda una, mientras que en Machado existen dos. La otra es la de Adolfo, convertida también en un lugar entrañable.

Carmen Delia apunta que la tienda le ha permitido a su familia salir adelante, aunque no omite que a sus padres les requirió grandes sacrificios. "Nunca tuvieron vacaciones ni se fueron de viaje", resalta. De aquella época ella sigue teniendo muy viva la imagen de las partidas de cartas y de escuchar en mitad de la noche: "¡Envido!".

Tras la aparición de los hipermercados, las mejores comunicación y la generalización de los coches, les quedan las compras fundamentalmente de los vecinos de los alrededores, sobre todo de frutas, verduras y "algunas cosas sueltas". Nada que ver con el ajetreo diario de antaño y las cajas que los sábados se llevaban las mujeres cargadas en la cabeza, comentan. Pero ellos van tirando y, más allá de algunas circunstancias adversas con las que se encuentran, el negocio familiar sigue con las puertas abiertas y poniendo su granito de arena en la pervivencia de estas ventas y su aroma a la tierra.