Benjamín Reyes buscaba un tema para realizar una investigación a través de documentos primarios -en contraposición a las que había llevado a cabo con fuentes hemerográficas-, y dio con él en el momento menos esperado. Paseaba un sábado por La Laguna, por los alrededores del cementerio de San Juan, en el barrio del mismo nombre, y una cruz pétrea llamó su atención. Entró, el lugar despertó su curiosidad, salió para comprar una libreta y un lápiz en un quiosco cercano, volvió a entrar y empezó a tomar notas. La historia del camposanto lo había atrapado. En los 30 días siguientes regresó catorce veces, en el marco de una investigación que se prolongó cinco meses.

A Reyes, licenciado en Historia del Arte y Periodismo, le dijeron que en el Archivo Municipal no había nada sobre el cementerio. La creencia era que el incendio en las dependencias del camposanto a mediados de los años 80 supuso la pérdida de la documentación que albergaba. Pero él acabó encontrando una caja de documentos. Y después otra, y otra más... y así hasta más de 100. Eso, una semana en el Registro Civil y la visita al Archivo Diocesano le permitieron recopilar datos hasta entonces desconocidos de un cementerio del que no había ninguna publicación.

La tesis de la investigación es que este recinto cuenta la historia de La Laguna durante los siglos XIX y XX. Y es que los escritos posibilitaron al historiador conocer al detalle el pasado de la instalación, pero también las epidemias, la etapa de la Guerra Civil o los oficios predominantes por aquellos años.

"La primera persona que se enterró fue Juan Rodríguez Toste, el 4 de julio de 1814", explica Benjamín Reyes, que añade que se cumple con esa tradición de darle el nombre de la primera persona que era enterrada. "En 1842 se denuncia la entrada ilícita de personas para segar la hierba para alimentar bestias por haber contratado la hierba con el sepulturero por trigo o papas. También se denuncian los juegos con calaveras. Por ejemplo, un individuo entró para coger una calavera y ganar una apuesta", sintetiza un autor que en 2017 presentó el documental "Amargo Pargo: entre la leyenda y la historia", mientras que en 2016 obtuvo el premio Leoncio Rodríguez.

La lápida más antigua que se puede leer en la actualidad es la de José García -capitán de Cazadores del Regimiento de La Laguna y socio fundador de la RSEAPT-, fallecido en 1827. Según el estudio, también sobresale Luis Florencio Román y Machado, que tuvo una "destacada actuación" en la Gesta de 1797 frente al ataque del almirante Horario Nelson. Manuel Olivera y Olivera (1844-1918), director del Hospital de Dolores; Alfred Resonnet y Rensonnet (1868-1921), ingeniero-director del primer tranvía de Tenerife, y José Rodrigo Vallabriga (1876-1965), que proyectó la Catedral de La Laguna, son otros personajes destacados.

Extramuros, los apartados que se tocan son diversos. Reyes admite que lo más que le sorprendió fueron las epidemias. Incluso dio con casos de elefantiasis. "En 1853 el ayuntamiento emprende una búsqueda de los elefantiásicos y se crea una lista de diez", apunta. Se une a lo anterior la viruela y el cólera, que llevó a expulsar del municipio a los mendigos -llamados entonces "pordioseros", porque pedían una moneda "por Dios"- que no hubiesen nacido en él. Mención aparte merecen los enterramientos infantiles, dado que, entre 1840 y 1870, 3.018 fallecidos de 6.542 eran menores. "Las razones de esta elevada mortandad hay que buscarlas en la precaria situación de la higiene pública y en la carestía de los hospitales y de los profesionales de la salud", precisa. Las cifras seguían siendo altas un siglo después: en 1937, 152 de 340 eran menores de doce años.

Tras el trabajo realizado, y entre otras cosas, Reyes puede afirmar que en 1862 vivían 10.241 personas en La Laguna, de las que 8.643 (87%) no sabían leer ni escribir. "Es el fiel reflejo de una sociedad eminentemente agraria", expone. "Mientras que en los censos oficiales aparecen ocupaciones como boyeros, guanteros, toneleros o talabarteros, en los registros de enterramientos figuran otras como lavanderas, hilanderas, traficantes o traperos, quehaceres ejercidos de espaldas al Estado por personas que no encontraban otra forma de ganarse la vida", agrega en su investigación, unas 90 páginas (solo de texto) en las que relata la historia de Aguere desde un cementerio que acogió su último entierro en 1983 -al llegar a su máxima capacidad- y en el que se estima que hay unas 55.000 personas inhumadas. Su objetivo ahora, un libro y un documental.