CUARENTA EDIFICIOS emblemáticos de nuestro país se han vestido de azul. El color de la Unión Europea, que por cuarta vez, desde su creación, nos toca presidir. Para el presidente del Gobierno no deja de ser un reto y una oportunidad. En esa misma medida una pista que puede resultar resbaladiza. Se hace con la Presidencia cuando España está a la cabeza del paro en Europa, cuando el inicio de la recuperación se ve lejana en el tiempo, aunque con la certeza de que llegará, y cuando, de una manera más o menos sutil, vuelve a plantearse el eterno dilema entre seguridad y libertad. Sin duda, lo segundo, pero su garantía estriba en lo primero, y lo primero, la seguridad, está seriamente amenazada y Europa y los europeos somos los blancos favoritos.

Es la cuarta vez que España preside la UE. En las tres anteriores presidencias se obtuvieron logros concretos, pero las comparaciones no valen. En las anteriores había mucho por descubrir, mucho por inventar; había más margen para proponer ideas y fórmulas. Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada sabemos que Europa se ha convertido en un gran mercado y que el mundo ha cambiado a velocidad de vértigo, tan rápido que en más de una ocasión la realidad nos parece ficción. ¿No nos hubiera parecido casi ficción hace diez o quince años que nosotros, los europeos, tengamos que mirar a China boquiabiertos? ¿Alguien podía imaginar que Cuba iba a seguir sin salir del túnel de los Castro o que en Rusia el capitalismo puro y duro cabalga a sus anchas? ¿Sospechábamos que Turquía pudiera formar parte de nuestra realidad o que los pacíficos nórdicos se han pertrechado contra todo lo que huele a islamismo?

Crisis económica y seguridad van a marcar las líneas de actuación a lo largo de estos seis meses. Son cuestiones obligadas, insoslayables, pero tan importante -y urgente- como estos asuntos es que Europa, como realidad que pretende serlo más allá del gran mercado que ya es, debería encontrar hueco para reflexionar sobre su papel en el mundo, un mundo de grandes en el que a Obama lo que de verdad le importa y le preocupa es China y Rusia. Creo que Europa está pendiente de reflexión, de averiguar qué quiere, de verdad, decir al mundo con una única voz; explicar cuáles son sus valores irrenunciables y decir al mundo a qué está dispuesta para seguir siendo un referente de libertad.

Resulta difícil no compartir el discurso de la tolerancia y el diálogo, pero no estaría mal poner límites a esa tolerancia para quienes no entienden ese lenguaje y resulte que lo equivoquen con debilidad o miedo. Y diálogo. En realidad, es la única herramienta que nos da la inteligencia, la única que merece la pena, pero cuidado con no prostituir el concepto de diálogo. Bueno será saber con quiénes no hay que hablar y, en todo caso, de lo que nunca hay que hablar. ¿Hay que hablar con Irán, que masacra a la oposición y ejecuta a homosexuales? ¿Hay que sonreír a China porque sea un gran mercado aunque ejecute a occidentales? ¿Hay que dejar que muchos niños palestinos vayan descalzos?

Es probable que por mucho que Europa se empeñe ninguna de estas terribles cuestiones encuentren solución a corto plazo, pero a muchos, muchísimos, nos gustaría que, además de dinero, financiación, burbujas inmobiliarias y demás desastres financieros, alguien en algún sitio fuera capaz de hacernos un relato de lo que somos y, sobre todo, de lo que queremos ser.