AQUÍ LA COSA familiar parece que resulta o catastrófica o muy rentable, según convenga. Por referirnos a tiempos recientes, quién no recuerda al "hermanísimo" de Alfonso Guerra y su despachito. Luego fueron saliendo más y más: el abuelo de ZP, la hija apoderada de Chaves, la niña (metafórica) de Rajoy, el yerno de Aznar, la madre de Leire Pajín y me dejo en el tintero a no sé cuántos.

La última aparición familiar estelar ha sido el señor padre de don José Blanco que, al parecer, llama angustiado a su hijo el ministro y le dice: "¿Me váis a bajar la pensión?" Y el ministro, respetuoso y convincente le tranquiliza: "No papá, vas a cobrar lo mismo el año que viene" No consta si el ministro le explicó a su señor padre el encaje de bolillos macro/micro según el cual cobrar lo mismo el año que viene que este no es bajar la pensión; seguramente la fe de un padre no precisa de retóricas posteriores. Pero es curioso cómo los políticos en general tienden a tirar de su propia familia en plan ejemplarizante y como la familia tiende a tirar de estos aunque lo que consigue, en ocasiones, es tirar al (y no del) político.

Un fenómeno que puede empezar a ser preocupante es el de la "hija apoderada". Cuando aun mancha la tinta sobre todo lo escrito sobre la hija de Manuel Chaves, sale ahora otra apoderada, este vez hija de José Bono, que interviene ante el Ayuntamiento de Guadalajara. Es de esperar que la cosa no pase de ahí, pero Bono es muy suyo. Aun recuerdo un acto por él presidido en el que yo tuve el honor de participar y recordaba en mi intervención cómo los yogures de nuestra infancia se compraban en las farmacias y eran casi una medicina. Cuando el entonces presidente de Castilla-La Mancha cerró el acto, más o menos me afeó esta anécdota aludiendo "a los que no teníamos ni para yogures". La cita no es textual, pero sí mi respingo al recordar que quien se implicaba en tan gran pobreza era hijo de un alcalde (falangista, por cierto) en cuya niñez no debió -según las biografías- de pasar estrecheces tan grandes como para no poder comprar un yogur. Pero en fin, Bono es así y, como bien acaba de decir, el franquismo no pudo con él (mientras estudiaba ICADE con los jesuitas, una carrera no precisamente al alcance de cualquier economía).

Pero al margen de los yogures y caballos, lo que realmente sorprende de José Bono mucho más que sus áticos, son sus penúltimas palabras poniendo a caldo al CGPJ y al Supremo. Que nada menos que el presidente del Congreso, la tercera autoridad del Estado, acuse con la mayor tranquilidad a los dos órganos judiciales de haber echado a Garzón del juzgado por cuestiones ideológicas, es para restregarse los ojos y no dar crédito. Ignoro si al final irán o no a la huelga los funcionarios, pero desde luego que si yo fuera miembro del Tribunal Supremo o del CGPJ (Dios no lo quiera) ya estaba buscando fecha libre en el calendario porque nunca se ha visto -yo creo que en ningún país democrático- tantísimos desprecios hacia algo tan serio como el poder judicial por parte, nada menos, que del secretarios de Estado, ministros y ahora el presidente del Congreso.