El jurado de la denominada causa de los trajes del caso Gürtel emitió su veredicto 45 días después de que se iniciase el juicio, un proceso lento y minucioso que se ha desarrollado en 26 sesiones, la mayoría de ellas de ocho horas o más.

El veredicto absolutorio ha puesto fin a un proceso que ha mantenido en vilo tanto a los imputados como a la opinión pública valenciana y que ha centrado el foco mediático en el Palacio de Justicia de Valencia durante un mes y medio.

En consonancia con la densidad e intensidad con la que se ha desarrollado el juicio, los miembros del jurado se han demorado más de 48 horas para responder a las cuestiones planteadas por el magistrado presidente, Juan Climent, y dilucidar la no culpabilidad de los imputados.

La "suerte" de Camps y Costa ha estado en manos de nueve personas (once durante las vistas debido a que dos de ellos han ejercido de reservas) jóvenes -solo tres de ellos parecen haber superado los treinta años- que se han ido conociendo a medida que avanzaba el juicio.

Las partes, especialmente las defensas, realizaron una minuciosa criba entre las 19 personas que fueron citadas como candidatos a formar parte del jurado en la primera jornada.

Así, en lugar de las dos o tres horas que se suelen emplear en la selección del jurado en otros juicios, en esta ocasión fueron más de doce, lo que evidenció que iba a ser imposible cumplir con las previsiones iniciales, en las que se apuntaba como fecha posible para la conclusión del juicio el 23 de diciembre.

Los integrantes del jurado han tenido prácticamente que convivir en las mismas dependencias durante sesiones interminables, han comido todos los días juntos (casualmente a pocos metros de la vivienda del expresident Francisco Camps) y han permanecido localizados y en constante comunicación con el secretario judicial, responsable de su coordinación.

Su actitud en el proceso ha sufrido una notable evolución a lo largo del juicio, de permanecer hieráticos, en silencio y abrumados por la solemnidad del proceso, a tomar notas, formular preguntas a través de la presidencia e incluso realizar comentarios al manejar, ya con soltura, toda la documentación incluida en el sumario.

Como los periodistas, aunque confinados en otro "sector" del Palacio de Justicia, el jurado ha hecho de este edificio prácticamente su casa en las últimas semanas.

Y aunque no ha habido comunicación entre ambos grupos, lo cierto es que unos reconocían a otros (los periodistas iban acreditados y algunos han seguido el juicio desde el interior de la sala de vistas) y los miembros del tribunal han mantenido las distancias respecto a los medios.

De hecho, la mera presencia de un periodista en las inmediaciones de cualquier "corrillo" o en la calle era suficiente para interrumpir las conversaciones privadas que mantenían los miembros del jurado, supuestamente relacionadas con el proceso.

Las fechas en las que se ha desarrollado el juicio, en plena Navidad, han complicado más si cabe la organización del mismo, aunque el magistrado presidente ha mostrado sensibilidad con las necesidades personales del jurado, ha realizado constantes recesos y ha tratado de dejar libre al menos una tarde por semana.

En el interior de la sala se ha evidenciado la falta de hábito en este tipo de procesos con jurado popular, especialmente en el lenguaje empleado por las partes, que pese a hacer esfuerzos por resultar cercanos y comprensibles, no han podido dejar de lado el lenguaje técnico-jurídico y en demasiadas ocasiones se han perdido en cuestiones procesales difíciles de seguir para los neófitos.

En compensación, el juez Climent ha tratado de explicarse de la forma más didáctica posible y realizar las aclaraciones y repeticiones necesarias, pero las constantes llamadas de atención al expresident Camps y al público asistente han centrado buena parte de sus intervenciones.