Supongo que uno no sabe cómo va a reaccionar hasta que se vea envuelto en una determinada situación. Nos gusta pensar que actuaremos como héroes si la ocasión lo requiere. O que seremos capaces de mantener la calma cuando el avión se mueva más de lo normal o el barco empiece a zarandearnos de un lado a otro debido al mal tiempo. in embargo, puede darse el caso de que, llegados a esa situación, nuestra reacción sea de todo menos racional, sosegada, analítica y meditada. Algo que en ocasiones sucede en el mundo del ahorro y la inversión, por cierto.

Esta presunción de racionalidad que tenemos los seres humanos puede ser parte del problema. Ante una mala evolución de nuestras inversiones nos resistimos a asumir pérdidas, nos resistimos a aceptar que nos hemos podido equivocar. Por el contrario, cuando las cosas van bien, nos regocijamos pensando lo buenos que hemos sido al acometer la inversión, o nos frotamos las manos pensando en qué nos vamos a gastar el beneficio que obtendremos. Tal vez la manera de objetivar nuestras reacciones sea estableciendo desde el inicio unas reglas del juego, una hoja de ruta que nos guiará a lo largo del proceso inversor. En definitiva, establecer un perfil, y ejecutar nuestra estrategia inversora en base a él.

Está más que demostrado que un porcentaje significativo del éxito en las inversiones no está en haber logrado una rentabilidad extraordinaria en un ejercicio. Ni siquiera en haber tenido la fortuna de haber invertido en el sector o en la zona qué más rendimiento ofreció en los últimos ejercicios. El éxito deriva no solo de una adecuada definición de nuestro perfil de inversor, sino también de ejecutar la estrategia en base a ese perfil.

Muchos problemas que aparecen en los medios de comunicación derivan de no haber respetado lo anterior. No obedecen a la complejidad del producto. O a si tal o cual acción vieron rebajada drásticamente su cotización. Estos factores son posteriores a la definición de la estrategia. No se puede empezar la casa por el tejado. Algo tan sencillo y tan complejo al mismo tiempo como responder a esta simple pero decisiva pregunta: ¿qué quiero hacer con mi dinero?

El punto de partida debe ser el análisis de nuestra situación financiera. Nuestra corriente de ingresos y gastos actuales y previsibles. Nuestra capacidad y compromiso de ahorro. Establezcamos objetivos concretos y realistas: alcanzar un determinado patrimonio en un momento futuro, mantener mi capacidad de gasto cuando me jubile... Establecer nuestro volumen de inversión, qué liquidez exigimos a nuestras inversiones, a qué plazo invertimos, cuál es nuestra tolerancia al riesgo, y comprobar que estos factores son consistentes con nuestros objetivos y capacidad financiera.

No es un proceso sencillo. Entran en juego variables que exceden de las estrictamente financieras. Pero es un proceso obligatorio, que les hará ser más eficientes como inversores y que, sobre todo, les evitará problemas. Merece la pena dedicarle el tiempo necesario.

*EAFI, asesor financiero y de inversión

(nº 65 en Registro de EI de la CNMV)

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