Las cenizas de la XVIII duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, reposan ya en la iglesia del Valle, sede de la Hermandad de los Gitanos, donde fueron depositadas ayer por su familia después de una jornada en la que miles de personas dieron su último adiós a la aristócrata en el funeral oficiado en Sevilla.

El cortejo fúnebre, compuesto por seis vehículos, abandonó la catedral de Sevilla en medio de palmas «por sevillanas» con las que la despidieron miles de sevillanos que esperaban a lo largo de la avenida de La Constitución.

La colocación de las cenizas estuvo precedida de un breve oficio religioso, al que, por expreso deseo de la familia, solo asistieron personas directas de la aristócrata y la junta de gobierno de la Hermandad de los Gitanos, de la que la duquesa era hermana y muy devota. Por ello, una placa recuerda sus valores y lo que hizo por la hermandad y su templo.

Este acto íntimo se produjo al final de una jornada en la que unas 80.000 personas despidieron a la duquesa de Alba en la capilla ardiente situada en el ayuntamiento, en las calles del centro de Sevilla y en la Catedral, donde el cardenal Carlos Amigo Vallejo ofició el funeral.

Casi cuatro mil personas, entre familiares, allegados a la fallecida y curiosos asistieron al funeral en el interior de la Catedral, donde el arzobispo definió a Cayetana de Alba como "noble por herencia y noble, muy noble, de corazón. Noble en el servicio a los más necesitados".

El marido de Cayetana Fitz-James Stuart, Alfonso Díez, y los seis hijos de la duquesa permanecieron situados en la primera fila de sillas a la izquierda del altar, junto a Cristina de Borbón Dos Sicilias -sobrina del rey Juan Carlos- y su marido, Pedro López de Quesada.

La infanta Elena acudió en representación del rey Felipe. El féretro entró en la Catedral de Sevilla portado por sus nietos. Los restos fueron trasladados al cementerio de San Fernando para ser incinerados, antes de llevarlos a la iglesia del Valle.