"Vienes de un mundo de mortal memoria

Y vas a otro de inmortal olvido".

("Esperando la mano de nieve")

"Es la viva imagen de José María Aznar, pero en alto". Tal fue una de las primeras frases que acompañaron la entrada en política del grancanario José Manuel Soria (Las Palmas, 1958), un tecnócrata, licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales, técnico comercial y economista del Estado en excedencia.

Hijo de un exmilitar, empresario de éxito radicado durante muchos años en Londres y exportador de frutas canarias, Soria empezó su carrera como funcionario en la embajada de España en Venezuela, desde donde saltó al Ministerio de Comercio como responsable del Servicio de Importaciones y más tarde jefe del Servicio de Comercio Exterior. El destino parecía llevarle al área de influencia del PSOE, porque terminó trabajando como asesor del gabinete del ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, entre 1986 y 1987. Algunos importantes políticos socialistas grancanarios hablaban muy bien de las excelencias de aquel brillante economista de las islas que desempeñaba sus funciones en el ejecutivo de Felipe González. Su vinculación con la administración siguió más tarde como jefe del gabinete de Apolonio Ruiz, en la Secretaría de Estado de Comercio, pero lejos de terminar integrándose en la estructura del PSOE, sus pasos le encaminaron hacia sus antagonistas: los populares.

A su desembarco en el PP de Canarias le siguió un aplastante triunfo en las elecciones a la Alcaldía de Las Palmas en mayo de 1995, donde ganó con mayoría absoluta. Los populares de las islas habían atravesado por una turbulenta marejada de liderazgos frustrados y luchas intestinas que José Manuel Soria estaba llamado a liquidar poco más tarde, en octubre de 1999, cuando es elegido por amplia mayoría presidente del PP de Canarias tras la dimisión de José Miguel Bravo de Laguna por los malos resultados electorales.

A Bravo le habían convencido, desde importantes sectores empresariales y de la comunicación de Canarias, de que aquel joven era el mejor fichaje para el partido en las islas. Y le abrió la puerta con tanta vehemencia que lo catapultó a una alcaldía en donde estaría hasta el 2003. Pero el "mirlo blanco" resultó ser mucho más que un tecnócrata. En pocos años se hizo con el control de un partido en el que sería el líder indiscutido e indiscutible hasta las nueve de la mañana de un viernes de dolor, diecisiete años después: el viernes de esta semana.

Con el tiempo Soria renunció al bigote, que para algunos le hacía parecerse a Aznar. Tal vez porque el ya expresidente no tenía demasiadas buenas relaciones con su sucesor, Mariano Rajoy. Desde el Ayuntamiento de Las Palmas saltó al Cabildo Insular de la isla y desde allí al Parlamento regional y al Gobierno canario, en donde fue vicepresidente y consejero de Hacienda,

Su gestión durante todos esos años fue marcando los perfiles de un líder correoso, duro, contundente y a veces agresivo. Fue implicado, en el Cabildo, en una investigación judicial, acusado de haber favorecido a un empresario noruego, Bjorn Lyng, en el famoso "caso salmón", que terminó archivándose en el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, al no apreciarse indicios de delito. No fue el único escándalo que le sobrevoló. El divorcio de un matrimonio cercano acabó con la filtración de los números de unas cuentas bancarias en Suiza en donde figuraban las iniciales de supuestos políticos y empresarios de Las Palmas. Los rumores alcanzaron los medios de comunicación y Soria amenazó con acciones jurídicas a quien le vinculara con aquellos primeros papeles que acabaron diluyéndose.

Todos sus enfrentamientos en Canarias acabaron bien para él, porque José Manuel Soria no está acostumbrado a perder. Es un corredor de fondo. No solo literalmente -durante años se le podía ver en algunos gimnasios de Las Palmas trotando sobre una cinta o haciendo "running" en la calle- sino en el sentido más político del término. Quienes le conocen bien dicen que su carácter tiene momentos de muy mal genio: erupciones de cólera que atemorizan a quien lo ve. Uno de sus concejales relataba que en una ocasión, mientras le echaba una bronca antológica en el despacho, el entonces alcalde arrancó de cuajo una pequeña lámpara de mesa que a punto estuvo de estampar en su cabeza. Tal vez sean exageraciones. O simples mentiras de esta sociedad criolla. Pero Soria, desde luego, no tiene un carácter fácil como ha demostrado su muy complicada relación con los medios de comunicación en general y con algunos periodistas en particular.

En noviembre de 2011, tras la victoria del PP en las Elecciones Generales, José Manuel Soria alcanza la cumbre de su carrera política. Mariano Rajoy le nombra ministro de Industria, Energía y Turismo del nuevo Gobierno. Era el espaldarazo definitivo al brillante político que había logrado timonear el PP de Canarias durante tantos años. Pero en ese éxito había luces y sombras. Soria se había blindado en el PP de Gran Canaria pero la presencia y la influencia del partido en las islas había caído o, en el mejor de los casos, se había estancado. Y sus relaciones con los aliados estratégicos, el nacionalismo canario de Coalición, habían terminado estallando, lo que iba a marcar las propias relaciones del Gobierno de Rajoy con el de Paulino Rivero,

Durante cuatro largos años, los encontronazos entre José Manuel Soria y Paulino Rivero, directos o indirectos, sesgaron las relaciones entre Madrid y Canarias y pusieron al partido en el archipiélago en la incómoda situación de tener que defender a capa y espada -con razones o sin ellas- las decisiones y argumentos que el PP de Madrid enfrentaba a las islas. La gestión de Soria en el ministerio coincidió con el auge del turismo en nuestro país, lo que le supuso no pocas satisfacciones. Bastante más polémica es la tarea en el sector de la energía, donde los intentos de regulación del mercado y de reducción del déficit eléctrico acabaron complicando el sector. A pesar de todo, José Manuel Soria no solo tenía un excelente perfil como ministro sino que incluso se le incluía -bien es cierto que tangencialmente- como uno de los posibles repuestos futuros de Rajoy.

Pero todo se eso oscureció en solo una semana. Los documentos sustraídos de un despacho de abogados de Panamá ponen sobre la mesa la existencia de empresas situadas en paraísos fiscales en las que figuran como propietarios relevantes personalidades de la política. En algunos de esos papeles figura José Manuel Soria. Y es entonces cuando se produce uno de los peores ejercicios de gestión de una crisis que haya tenido lugar en nuestro país.

El ministro Soria comparece ante los medios y niega rotundamente todos los hechos. El Gobierno cierra filas en torno a su compañero. Y muchos periodistas, ante la contundencia y la seguridad de la intervención de Soria, dudan. Pero en solo unas horas, las dudas se disipan. Las pruebas presentadas en diferentes periódicos y televisiones desmontan la versión dada por el ministro. Y lo que eran incómodas y peligrosas vinculaciones con paraísos fiscales se agravan convirtiéndose, además, en otra cosa: un ministro del Gobierno ha engañado a los ciudadanos.

Para cualquier político aparecer relacionado con una red de empresas conectadas con otras en paraísos fiscales -es decir, en lugares donde se busca evitar el pago de impuestos- es una situación extremadamente difícil de justificar. El hecho de que hubiera ocurrido en el pasado le ofrecía a Soria una relativa vía de alivio. Pero su sorprendente negación de lo que luego se demostró cierto es lo que ha terminado por demoler su carrera política. Por las razones que sean -amnesia, problemas familiares de herencia o simple torpeza- el ministro José Manuel Soria salió ante los medios de comunicación pero no para dar explicaciones, para ofrecer su versión del devenir de las empresas familiares, para justificarse en suma. No. Salió armado con una cuerda de afirmaciones falsas. Él mismo se la anudó al cuello, se ajustó el nudo corredizo y saltó al vacío sin que nadie le empujara.

La guardia pretoriana de Rajoy, en Moncloa, los nuevos asesores que le rodean, no podía permitir otro "Luis, sé fuerte". Por eso mantuvieron al presidente, después de las primeras grietas en la explicaciones del ministro, en un prudente silencio que actuase de cortafuegos ante lo que luego se mostró como un siniestro total. Fueron ellos los que desplegaron la ofensiva para que José Manuel Soria asumiera su retirada del cargo de ministro, de diputado y de presidente del PP de Canarias. Con una fría eficacia quirúrgica, la cúpula que rodea a Rajoy pidió a Soria rendir el último servicio al partido y quitarse de en medio.

Es lo que el mismo José Manuel Soria habría hecho consigo mismo. Lo que pidió más de una vez a algún compañero en Canarias. Lo que hizo, a las nueve de la mañana del viernes que cerraba una de las peores semanas de su vida. La que marca el final de su carrera política.