EL FUEGO parece desvanecerse cuando lo engulle el viento polar. Aquellos almendros en flor que nos regalaban las postrimerías del invierno asoman a sus mejillas todavía sonrosadas, ya nostálgicas de aquel universo pletórico de juegos de la niñez o de aquel tesoro inmenso de las ilusiones de juventud siempre presente en la transparencia inequívoca de sus ojos que nunca perdieron la inocencia ni la curiosidad por el devenir. Ahora me aferro a esa luz incandescente de la vida para no ser arrastrado hacia el abismo que ya entraña su ausencia.