Quien haya asistido a varios plenos del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz ya sabe que son siempre largos, crispados y tediosos. Desde hace varios mandatos, los plenos portuenses son maratonianos y rara vez duran menos de seis o siete horas. En varias ocasiones ha sido necesario suspender la sesión a las 00:00 horas para retomarla otro día. Lo que ocurre en este consistorio no sucede en el resto de los ayuntamientos del Norte. El porqué de estas sesiones insufribles puede resumirse en siete pecados que, al menos una vez al mes, reiteran, en mayor o menor medida, todas las fuerzas políticas: CC, PSC, PP, VxP e IUC.

Crispación.- Un pleno en el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz es una bronca discontinua. No hay sesiones ni asuntos de trámite. Prácticamente todo es objeto de un agrio debate y lo más insospechado puede dar lugar a un ataque, una descalificación o una discusión muy subida de tono. Gobierno y oposición discuten desde que se aprueba el acta anterior hasta que se plantea el último ruego o pregunta. No hay tregua. El mal ambiente existente entre los grupos se traslada también al escaso, pero beligerante, público asistente. No son inusuales los comentarios negativos desde los bancos del público tanto hacia el gobierno como hacia la oposición.

Abundan los diálogos de tono elevado, las discusiones entre ediles que no están interviniendo y las amenazas de retirada de palabra, o directamente su retirada. El alcalde, Marcos Brito (CC), vive en una constante disputa con los portavoces de la oposición, que tampoco rehúyen un enfrentamiento ya normalizado, pero absolutamente inusual en otras localidades. Abundan las apostillas de las intervenciones ajenas, los cabreos preventivos y las intervenciones que, irremediablemente, acaban en bronca. El "mal rollo" es un elemento decorativo más en el salón de plenos del Consistorio portuense.

Eterno retorno.- Uno de los principales males de los plenos del Puerto son las constantes referencias al pasado. Abundan las repetitivas críticas cruzadas entre CC, PP y PSC, fundamentalmente, por lo que cada partido hizo o dejó de hacer en alguna etapa de gobierno. En casi todas las sesiones, en algún momento alguien echa en cara a otro lo que su partido hizo hace cinco, diez, veinte o, incluso, treinta años atrás. Esas discusiones históricas, ese eterno retorno al pasado para hablar del presente o del futuro, añaden una dosis extra de crispación y tedio a estas sesiones marcadas por los debates interminables.

Adicción a enmendar.- En el pleno del Puerto de la Cruz suelen presentarse casi tantas enmiendas como mociones. Resulta prácticamente imposible que una propuesta del gobierno o de la oposición no sea objeto de una enmienda parcial o total. Una herramienta que se usa de una forma mucho más comedida en otros ayuntamientos norteños, en el Puerto de la Cruz es de uso más que habitual. El gobierno enmienda a la oposición y la oposición tanto al gobierno como al resto de la oposición. La presentación de estos cambios en las mociones ajenas provoca que el debate se eternice, ya que primero se debaten las enmiendas y luego las propuestas. Visto desde fuera de la corporación, pareciera que enmendar al otro es el fin, no el medio para conseguir nada.

Verborrea.- En los plenos portuenses casi todos hablan y casi todos agotan todos sus turnos de palabra. No hay debate que se cierre en una ronda de intervenciones, ni punto sin debate. Casi siempre hablan los portavoces de CC, PSC, IUC y VxP. El PP es el único partido que en ocasiones renuncia a su turno, aunque IUC sí suele abogar por la brevedad. Quien no renuncia a intervenir en todos y cada uno de los puntos del orden del día es el alcalde, Marcos Brito, quien suele protagonizar largas intervenciones para contextualizar, centrar o reabrir el debate. Brito es probablemente el alcalde del Norte que más interviene en los plenos. En el otro extremo se sitúa el villero Isaac Valencia, que casi nunca participa en los debates.

A pesar de la cuota de responsabilidad de Brito en la duración de las sesiones, es justo recordar que ni Salvador García (PSC) ni Lola Padrón (PSC) lograron que los plenos fueran más ágiles.

Unanimidad matizada.- Ni cuando un asunto se aprueba por unanimidad los portavoces portuenses se resisten a hablar y debatir. Esta obsesión por intervenir causa discusiones incluso en cuestiones en las que, finalmente, todos están de acuerdo. Mociones en cascada que en municipios vecinos se aprueban por unanimidad en cuestión de minutos, en el Puerto causan debates interminables.

Resistencia activa.- Todos los grupos políticos del consistorio demuestran pleno tras pleno una gran resistencia para soportar sesiones maratonianas. Nadie rehúye el debate, aunque se acerque la medianoche, ni apuesta por zanjar pronto ningún punto del orden del día, por nimio o burocráctico que sea. Ni siquiera el cansancio acelera el ritmo de unos plenos donde la fatiga solo se nota en el escaso y menguante público.

Desconfianza.- Como casi nadie se fía de casi nadie, el consenso es misión imposible. A la más usual desconfianza entre gobierno y oposición, en el Puerto se suma también cierta desconfianza entre opositores. La sospecha permanente provoca que cada moción se mire con lupa y que cada palabra se analice casi siempre como un hipotético ataque. La desconfianza genera así más crispación, más debate, más enmiendas y más tiempo perdido.