POR ANTIGÜEDAD histórica y tradición damos la salida a nuestro documental por Santa Catalina, donde observamos y disfrutamos en contemplar pequeñas casas, algunas con cinco siglos, con cierto valor arquitectónico, construidas en una angosta calle que nos recuerda vivencias pasadas y que nos indica que necesitaban el calor humano para contarse sus cuitas, que en todos los tiempos han sucedido.

Posee una bonita y coqueta ermita de estilo colonial y a su lado le acompaña una pequeña y frondosa plaza que, a la sombra de sus árboles, invita al ocio a sus parroquianos, que en horas del atardecer se agrupan para comentar opiniones y participar en actos religiosos si así sucediera. Asimismo, dispone de una amplia plaza para actos populares y culturales donde en sus aledaños existe un más que centenario rinconcito que llaman con cariño El Natero, que en tiempos no muy lejanos fue la escuela de la vida. Sería interesante recordar que a doscientos metros de la ermita y en dirección a la costa existe un solar donde estuvo ubicada la primera capilla de esta comarca, allá a principios del siglo XVI, y que fue destruida por un aluvión.

Dejando atrás el barrio, sostén que fue en el sector ganadero y agrícola de los pueblos limítrofes, donde su riqueza en viña, árboles frutales, hortalizas, papas, batatas, etc., y pequeños nacientes de agua que servían para aplacar la sed del labrador o del sediento caminante hizo que Santa Catalina fuera enclave de comerciantes y gangocheros.

Ahora bajamos hacia el litoral, donde topamos en el enfilado cabo Punta Marrero, que con su pico parece desafiar a la mar y que, por su estratégica situación geográfica, fue aprovechada hacia 1720 en un improvisado y pequeño muelle para descargar, de las pequeñas lanchas propiedad de los grandes veleros, la mercancía, que generalmente procedía de Inglaterra y que consistía en madera, cal, pescado salado, carbón y especies, que eran esperadas por los cercanos pobladores con cierta algarabía. La descarga se efectuaba por los lugares más bajos del rompiente, empleándose nuestros paisanos en ayudar a los marineros, que, con su habitual habilidad, la descargaban con cierta fluidez y que el encargado de la consignataria la repartía a los representantes o dueños que habían solicitado previamente tales productos. Estos luego eran transportados en bestias que, apostadas cercanas al lugar, eran cargadas con mucho peso y que, guiadas por sus arrieros, embestían cuesta arriba por caminos o senderos estrechos y que en más de una ocasión ocurrieron pequeños accidentes que, al decir de nuestros antepasados, eran susceptibles de comentarios jocosos.

Dejando Marrero, seguimos por la impresionante orilla que nos guía al famoso Charco del Viento, que, metafóricamente, "casi" convertido en bahía se transforma en uno de los rincones más apropiados por la zona norte para sumergirnos en sus salobres y cristalinas aguas. Dejando el charco, encima mismo arribaremos al limpio y agradable barrio de Santo Domingo, famoso por sus restaurantes, alguno especializado en pescado fresco, y que casualmente es capturado por los valerosos pescadores del lugar, que salen desde su recóndita playa en pequeñas lanchas en busca del sustento de sus familias. Posee una amplia y bonita ermita y en su entorno dispone de una estupenda plaza; ambos conjuntos del patrimonio del barrio hacen sentirse a sus moradores infinitamente alegres.

A pocos metros de Santo Domingo se hallan tres nacientes y prósperos barrios, que en menos de tres décadas se han agrandado, donde hay pequeñas industrias. Con sus ermitas y vistosas plazas, sus pobladores se sienten satisfechos, y es un orgullo para todos los guancheros ver en su localidad tres nuevos núcleos urbanos de reciente creación: La Montañeta, Las Crucitas y Las Cucharas. Otro topónimo y bonito rincón es El Pinalete, convertido en barrio. Su carismático nombre nos involucra en recuerdos de juventud, donde, en la proximidad de sus pinos, nos alegraba el alma oír el murmullo del agua, que se transformaba en riachuelo y este comenzaba a convertir en fértiles las estériles tierras de la comarca, que, sedientas del rico líquido, se transformaron en una metamorfosis de verde y bellos campos que fueron fructíferos y, por ende, beneficiosos para las gentes de medio norte tinerfeño allá por los años cincuenta del siglo veinte.

El documental que estamos observando nos guía hacia La Guancha, no sin antes pararnos en la de Abajo, que ha progresado significativamente haciéndose populosa, donde divisamos su suntuosa parroquia, que con su linda plaza celebra la fiesta de su patrona Coromoto, a la que relacionamos con sentimientos históricos de añoranza marina. Desde este entorno podemos contemplar una bellísima vista hacia la costa, donde ante la inmensidad y cercanía de nuestro mar sufrimos el espejismo de intentar tocar sus aguas: impresionante, maravilloso.

Por fin, hemos llegado contentos al casco. Diríamos con firmeza que La Guancha tiene conceptos bucólicos, ya que sus otroras tierras verdes -volverán, volverán- son, además, cuna de poetas, historiadores, literatos, pintores, etc., que, unidos a aconteceres y episodios transmitidos por generaciones, hacen que la localidad se convierta en épica y que sus habitantes, con el sufrimiento heroico de su trabajo dentro y fuera de su ínsula, han hecho entre todos que su pueblo sea de primera.

Para conocer y admirar el casco necesitamos tiempo, complacencia y elegir un domingo entre las diez y las once de la mañana, donde el sonar de las campanas, la limpieza de sus calles, la valoración de sus ancestrales y cuidadas casas, su iglesia (con más de cuatro siglos levantada), sus ermitas y capillas, sus amplias y vistosas plazas, sus muchos rincones de ocio, su gastronomía, sus comercios y la sonrisa benévola de sus pobladores hacen de este paseo una gozada para las gentes y una invitación al forastero.

Casi en la misma andadura, tocando el pueblo, llegamos al Farrobo, conocido barrio que, amén de sus viejas y renovadas casas, posee otras de nueva construcción, que, unidas al don especial del afecto de sus gentes, hacen del barrio un lugar apropiado para un merecido descanso. A continuación, hemos tocado con la vista Cerro Gordo, vigía constante de todos los guancheros, los cuales le tienen afecto por ser su paradigma de referencia, al que, aún sin pisarlo por quien escribe, no perdemos la esperanza (su patrona) de visitarlo y contemplar desde su altura el bello paisaje que se verá con sus vistas naturales y, por supuesto, del propio casco de La Guancha.