SIN DESCANSO subimos a La Fortaleza, montaña que nos sirve de antesala para llegar a nuestro gigante y amado Teide, símbolo de todos los canarios, una de las montañas más elevadas de nuestro continente y que hoy, con pesar, renunciamos a visitar por ir corto de tiempo. Ahora nos toca desahogarnos, ya que bajar conlleva ir un poco más libre, y al instante estamos en los fértiles campos de Lomo Hurtado y Tierras de Mesa. No hace mucho fueron alacenas y beneficiarios que durante siglos, con duro trabajo de nuestros abuelos, se convirtieron en sostén de los pobladores de las dos localidades que, como otras muchas, subsistieron gracias a la variedad de productos que se cultivaban en esas ricas tierras anteriormente conocidas por Los Altos, y últimamente medianías.

Descansaremos, no mucho; tomaremos un taco porque bajando, eh, las piernas nos avisan de que por la infrecuente caminata se tambalean. De pronto, llegamos a los bonitos y entrañables barrios que con sus originales nombres, encantadores terruños y bien labradas tierras, acompañadas de sus antiguas y renovadas casas, amén de otras de reciente construcción, estaremos encantados de visitar.

Nos quedamos anonadados con el contacto cariñoso de sus gentes; al cuidado de sus ermitas, capillas y plazas; los bonitos jardines tratados con esmero por sus dueños, a los que solo nos queda decirles que estamos asombrados y enternecidos por pertenecer a una localidad y decirles a sus hombres y mujeres que ojalá el tiempo haga que sus barrios sean más bellos si prosperan la utópica unificación de San Juan y La Guancha. ¡Oh! No estamos olvidados de ustedes, queridos hermanos; ocurre que estábamos hipnotizados de tanta belleza natural y patrimonial. Les damos un abrazo con mucha benevolencia, hermandad y concordia a Lomo Guanche, Las Rosas, Los Canarios, Los Quevedos, La Portalina, La Vera Alta y Baja. Hasto pronto, amigos... Adiós, adiós.

Ahora nos detenemos en el núcleo de San José, donde podemos deleitarnos vistando y admirando su más que tres veces centenaria iglesia, que, acompañada de una amplia y bella plaza, hacen de este entorno una estampa impresa para guardarla en el baúl de los recuerdos para sus descendientes, por si los futuros gobernantes tengan otra visión de este incomparable conjunto ejecutado a través del tiempo por sus parroquianos y que sean osados y tentados a destrozarlo.

San José es rico en valores humanos y sus gentes son estupendas y comprensivas; poseen verdaderas casonas coloniales, algunas bien reparadas y otras no tanto, imaginando en lo posible los argumentos de sus herederos. Disponen de bonitas casas de estilos variados construidas en los últimos treinta años y una estupenda ratio comercial que, aupada por los habitantes de los pueblos adyacentes, hacen de San José un lugar variopinto que da deseo pernoctar en él.

Con pesar dejamos atrás San José, por lo que raudos nos acercamos al Mazapé, desconocido cerro para muchísimas personas, no solo forasteros, sino para los propios lugareños, donde se aprecia un panorama de tal magnitud frente al mar que podemos decir, siendo humildes, que es uno de los paisajes más bellos de nuestra isla.

Siguiendo por el sendero del Mazapé, por cierto, bien cuidado, enlazamos con el impresionante barranco de Ruiz, este sí conocidísimo, donde descubrimos el Peñasco, que cumple el deber de ser el guardián del poblado más antiguo y pintoresco del litoral, rico en bellos topónimos y además lo es por duplicidad de nombres por ser conocido por La Rambla o El Rosario, dependiendo de en qué lugar estamos situados para elegir su nombre: si estamos fuera de la localidad, normalmente elegimos El Rosario, pero, de lo contrario, nos quedamos con el entrañable nombre de pila: La Rambla.

Debajo de la impresionante roca o peñasco citado anteriormente, nos encontramos con el viejo pero restaurado molino de gofio, que, movido por el agua de los cercanos y fructíferos nacientes, hoy casi extinguida, era transportada al heridero para que este la condujera al punto exacto y que, al precipitarse desde cierta altura, el enorme chorro cayera sobre la ingeniosa y preparada rueda que la hacía girar, y esta, a su vez, movía las gemelas y pesadas piedras molineras, donde la de arriba poseía en el centro un agujero, al cual caían procedente de una tolva, y su canal, los tostados cereales, que cuando las grandes piedras (la segunda llena de ranuras) giraban a cierta velocidad los frágiles granos eran triturados y la harina producida salía por una de las preparadas ranuras e iba a caer a una especie de canaleta donde se ataba el aseado y blanco talego y ver que de este maravilloso ingenio surgiera el rico y oloroso gofio, alimento básico de épocas pasadas y que a día de hoy se sigue consumiendo, pero en menor cuantía.

Aprovechando lo anterior intercalaremos unas breves líneas en rememorar vivencias de niñez del que escribe, en referencia al molino, ya que fuimos beneficiarios de esa joya aún en pie, y que allá por los años cuarenta fuimos portadores del maná convertido en granos de millo o trigo, y que nuestros padres nos encomendaban, en grupos de amigos, llevando sobre nuestros tiernos y frágiles hombros un peso no superior a una decena de kilos, andando descalzos una distancia aproximada de dos kilómetros. A pesar de nuestra pesada carga, íbamos contentos y alegres, sobre todo por ver al viejo molinero empolvado de blanco, lo que nos causaba placer al pensar que seguramente era un hincha del Sevilla; lo primero era admirar el revolucionario molino. De nuestras madres nos queda al recordarlas que con sus manos callosas marcaban con esmero el limpio talego para evitar posibles confusiones. Gracias, mamá, y a todas las de mis amigos. Por parte nuestra seguimos ratificando que recordar es maravilloso y, a la vez, muy estimulante.

La Rambla está literalmente bañada de viejas y renovadas casonas de estilo colonial, orgullo de sus moradores, donde seguidamente buscaremos la más carismática convertida en conjunto histórico, llamado aceptadamente El Convento, transformado en habitáculo y que sería significativo para que los estudiantes la visitaran y valoraran la arquitectura de nuestros antepasados. Seguidamente, visitaremos la bonita ermita, donde la Virgen del Rosario, patrona del barrio, está grabada en un mural, y posee cuadros de gran valor de autores desconocidos. La ermita, que está en régimen beneficial, es muy querida por sus parroquianos, donde celebran con afinidad actos religiosos.

Dispone de dos plazas: una, la histórica de toda la vida, donde se respira oxígeno por los cuatro costados, y desde ella se pueden observar en ciertos momentos dos impresionantes paisajes, como es ver La Palma en todo su esplendor y las puestas de sol, que son alucinantes. La otra está para actos culturales y otros menesteres que la propia vida nos reclama.

Reseñaremos de manera sucinta por su capacidad las casonas del Cardón, las Monjas, el citado convento y la del Conde, esta última hechizada no solo por su hermosura, sino más bien por las historias de los antiguos propietarios mobiliarios, que con sus lanchas ancladas por estos entornos salían acompañados por los aborígenes y estos contaban los más exagerados episodios en alta mar en compañía del conde y de la habilidad de este para conseguir y capturar a los más grandes escualos de nuestro Atlántico. Debemos recordar el último de esta estirpe: falleció en París, desconociéndose con pesar la manera de su óbito, ya que son varias las versiones sobre su muerte.

Descansaremos un día, aquí en La Rambla, para conectar con todos los habitantes de La Guancha y San Juan, para contarles las vivencias de este pintoresco barrio, promotor de las primeras siembras de viña en Tenerife, amén de su patrimonio colonial, augurando que pocos lugares de la isla tengan tanta riqueza en comparación con este pequeño pueblo, donde en una calle aproximadamente de ochocientos metros, con tramos de piedra y tierra bien conservados, podemos apreciar a ambos lados del camino y en algún angosto callejón las bonitas y ancestrales casas construidas entre mediados del siglo XVI y el siguiente, que además se valora con la originalidad y duplicidad de sus sencillos nombres: La Rambla o El Rosario.

Aún seguiremos aquí en este emblemático lugar, donde comprobamos algunas de estas casas construidas casi inclinadas hacia la mar océana, que cuando sus aguas se ponen bravías e irrumpen en el bajío en los hogares se palpa, se siente, una especie de seísmo que no enturbia para nada disfrutar desde sus tejados y terrazas el paisaje de blanca espuma que las impresionantes olas van dejando al recibir la enérgica descarga de la naturaleza. ¡Maravilloso espectáculo!

Los lugareños tienen mucho que contar de su vieja historia, pero el tiempo apremia y solo podemos reseñar por alto las originales y añejas anécdotas, que dejaremos para otra ocasión, no sin antes contarles que, debido al deje o tono de su moradores, ellos son los únicos valedores que con su entrañable pronunciación enriquecen esas divertidas ocurrencias.

Terminamos hoy, pero tenemos la obligada exigencia de dar los nombres de los topónimos más bellos de la Rambla/Rosario: parajes como las faldas del barranco de Ruiz cercana al mar, la Viña Señora de Abajo y de Arriba, la Rambla de Arriba, el Río, su Roque, la Mesa, la Tembladera, Piedra del Gallo y el Faro. ¡Hasta pronto, amigo!