Antonio Méndez Toledo, de 76 años de edad, y su esposa, Berta Ferreiro Rodríguez, de 73, esperan una decisión judicial que aplace la orden de desahucio que hoy, a las 9:30 horas, podría dejarles en la calle. Este matrimonio de septuagenarios insiste en que han sido víctimas de un cúmulo de mentiras, negligencias, irregularidades y presuntas corruptelas durante un proceso judicial iniciado por un vecino colindante que ha terminado por quedarse con su casa. A menos de veinte horas de la llegada del momento crítico, Antonio lanzaba una dura y desesperada advertencia: "Para sacarme de mi casa me van a tener que matar".

"La policía me podrá sacar a rastras de mi casa, pero a los diez minutos voy a volver a entrar por donde sea. Para que me saquen y no vuelva, lo único que podrán hacer es matarme", recalca.

Méndez subraya que estos días, después de ocho años de calvario judicial, los han pasado "muy mal, con muchos nervios, sin comer, sin dormir y tomando pastillas para no volvernos locos. Estamos deshechos y no podemos aguantar más".

Ferreira se pregunta con insistencia "¿por qué me van a quitar mi casa, si yo la pagué y no debo nada? ¿por qué? Es mía, pago contribución, pago todo... ¿por qué me la van a quitar?".

"Yo estoy segura de que compré una casa y la pagué. De que tengo escrituras... que alguien me explique por qué ahora, después de 27 años, vienen a quitarnos nuestra casa", lamenta Berta, quien también tiene claro que no va a abandonar su hogar: "Aunque venga el Rey".

"Todo empezó cuando el vecino de al lado dijo que mi casa estaba sobre los cimientos de la suya, algo que es incierto y que se ha demostrado con imágenes antiguas que dejan claro que mi casa se fabricó primero... Nos denunció, nos hemos gastado todos los ahorros en abogados, peritos, procuradores, arquitectos, obras... y a pesar de todo, nos subastaron la casa y ahora dicen que el denunciante es el dueño", se queja este jubilado.

Méndez, que trabajó durante 32 años en Holanda, tiene claro que en todo el proceso que ha terminado con la subasta de su casa "se ha producido una corruptela impresionante por parte de varias personas, entre peritos, abogados y amistades de este vecino que se llama Urbano Hernández".

"Hicimos un muro, como nos ordenó la jueza, pero luego nos pidieron hacer unos cimientos presupuestados en 136.000 euros, más que el valor de la casa. Por no hacer esa gran obra -señala-, sacaron la casa a subasta por esa cantidad. Al final el vecino denunciante se la quedó por menos de 86.000 euros y sin que nosotros tuviéramos conocimiento de que se estaba subastando, ya que estábamos a la espera de que nos dieran un abogado de oficio".

"Gente con muchos estudios analiza nuestro caso y no entienden nada. Nadie entiende qué ha hecho la Justicia. Nadie entiende cómo es posible. Aquí la mentira ha ganado a la verdad", lamenta.

Se espera que Antonio y Berta reciban hoy en la calle Ismael Domínguez el apoyo de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas de Tenerife y de numerosos vecinos de Tacoronte, que se han volcado en el intento de parar lo que consideran una gran injusticia.

Este matrimonio no tiene plan B. No tienen a donde ir. Sus dos hijos y sus dos nietos viven en Holanda y no saben el calvario por el que están pasando. Ni Antonio ni Berta han querido preocuparles, en parte por miedo a su posible reacción contra el vecino denunciante.

Ambos aún confían en que la Justicia ordene un aplazamiento del desahucio para dar tiempo a que el Tribunal Supremo se pronuncie sobre la revisión del caso.

Compartir unas horas con Antonio y Berta es suficiente para comprobar que se trata de dos personas muy queridas en el vecindario. Los conductores de la mayoría de los coches que pasan frente a su casa los saludan con afecto. Varios se paran y muestran su indignación por esta historia. A pesar de la presión, Berta conserva a ratos la sonrisa y se acuerda de regalarle un pan al hijo de un vecino que viene del colegio, y unos helados a otro niño que vive cerca. "No te olvides de compartirlos", le dice esta buena vecina que hoy puede perder su casa gracias a un vecino peor.