Cada 29 de noviembre, aún corre la tradición por las calles de numerosos municipios del Norte de la Isla, y alguno del Sur, para celebrar la víspera de San Andrés y el estreno del vino nuevo. Tradiciones que unen los caldos de la tierra y las castañas con la velocidad y el estruendo de tablas, cacharros y, desde hace unas décadas, carros.

Los cacharros son protagonistas en La Orotava, Puerto de la Cruz o Los Realejos, donde niños y adultos pasean por las calles arrastrando todo tipo de desechos metálicos para celebrar, con mucho ruido, una tradición que estuvo a punto de perderse, pero que se ha recuperado con fuerza también en los centros escolares.

Los municipios de Acentejo también corren los cacharros en una jornada marcada por el vino y las castañas de la comarca.

La tradición de las tablas ha cambiado en algunos lugares, como Santa Úrsula y Garachico, con el asfaltado de las calles, que posibilitó el añadido de ruedas a las tablas y las convirtió en carros.

En La Guancha y, sobre todo, en Icod de los Vinos las tablas se mantienen en la más pura y antigua usanza. Tablas de pinsapo, de riga y sobre todo de tea. Maderas duras que se deslizan con gran facilidad, calle abajo. Desde hace algunas décadas las tablas han perdido protagonismo en favor de la fibra de vidrio. Por ello se ha perdido en parte el aroma que dejaba la inconfundible tea al arrastrarse por las calles.

El origen de las tablas de San Andrés hay que buscarlo, según apuntan algunos historiadores, en la época en que se bajaban del monte troncos de pino cortados, para ser utilizados en muy diferentes aplicaciones de la construcción. Entre el barrio de El Amparo y el casco urbano de Icod hay un lugar llamado El Arrastradero, cercano a San Antonio. Allí se sitúa el origen de la tradición.

Anoche, miles de personas volvieron a apostarse en las calles más empinadas de Icod para disfrutar con el espectáculo único de las tablas.

El Caballero 2.000

Las tablas que corren por las empinadas calles de Icod suelen ser individuales o biplaza, con unas dimensiones de algo menos de un metro de largo. Con traviesas delante y detrás, llamadas chanfles, y en ocasiones con una esponja que hace las veces de asiento. Pero, sin duda, merece mención especial la tabla más grande, veterana y famosa de la Ciudad del Drago: El Caballero 2.000, un tablón que tiene un peso de 400 kilos y puede llevar hasta nueve ocupantes, que luego cargarán sobre sus hombros, calle arriba, el pesado y simple artilugio, para realizar un nuevo descenso. Construido sobre tres vigas de tea. Este año celebra su 30 aniversario participando ininterrumpidamente en la tradición. Timonear un tablón de esta envergadura precisa de experiencia y buen estado físico. Es la persona que va sentada en la última plaza quien dirige y controla, con movimientos de cadera, el descenso.