Anoche fue la última noche de Antonio Méndez, de 78 años, y Berta Ferreiro, de 79, en la que ha sido su casa desde 1988. Este matrimonio de ancianos pasó en vela sus últimas horas en el 102 de Ismael Domínguez, en Tacoronte, acompañados por medio centenar de vecinos, amigos, trabajadores de medios de comunicación y miembros de la PAH y de la Plataforma Yo También Vivo en el 102.

EL DÍA estuvo con Antonio y Berta desde las 23:00 horas del día 18 hasta que se consumó su desalojo, alrededor de las 8:20 horas del 19. La noche comenzó con esperanzas en la asociación de vecinos El Casco, el cuartel general de la Plataforma del 102, donde medio centenar de personas esperaba noticias positivas de las negociaciones que se mantenían en la casa de Urbano Hernández, el vecino que se ha quedado con la vivienda de Antonio y Berta tras un rocambolesco proceso judicial que comenzó hace una década.

La justicia entregó ayer la casa a Urbano, a pesar de que el tiempo ha demostrado, fuera de los plazos judiciales, que la sentencia que quita la casa a estos ancianos se basa en una falsedad. El 102 no puede apoyarse en los cimientos del 104 porque la casa de Antonio y Berta se construyó varios años antes. La verdad, lo justo, poco importan ya. El error no se supo o no se pudo corregir, y Antonio y Berta han pagado con su hogar errores ajenos de algunos abogados y peritos que debieron defenderlos mejor.

Durante varias horas parecía que la historia de Antonio y Berta podía tener un final feliz. Se habló de que Urbano estaba dispuesto a negociar y que incluso llegaría a conformarse con un pago de 30.000 euros por la casa. "Eso se conseguiría", se repetían animados vecinos y amigos del matrimonio.

Pero el jarro de agua fría no tardó en llegar, cerca de las dos de la mañana, cuando la negociación llegó a un punto muerto y se desvanecieron las esperanzas. "¿Fue una negociación o una burla? No lo sé", se preguntaba Antonio de madrugada.

Una vez descartado el acuerdo con Urbano, comenzó una mudanza a la desesperada de todos los enseres que quedaban en el 102: camas, colchones, armarios, aparadores, cómodas, cocina, neveras, lavadora, ropa, recuerdos...

Todos colaboraron, incluidos periodistas, cámaras y fotógrafos. Había que sacarlo todo y llevarlo a dos garajes que habían cedido vecinos de Antonio y Berta. Y se logró, con mucho esfuerzo, que Urbano no pudiera tomar posesión de los enseres del matrimonio. Para el nuevo dueño de la casa quedaron algunos obsequios: un poco de basura, algún mueble roto y unas cuantas cacas de perro.

Durante la retirada de los muebles, los pequeños canes de Antonio y Berta se movían nerviosos por la casa que ellos también han perdido. Ahora se alojan en viviendas de vecinas y amigas.

Con la mudanza prácticamente hecha, a las cinco de la mañana, llegó el enorme despliegue policial: al menos 15 vehículos y unos 60 agentes de la Guardia Civil, muchos de ellos de la Agrupación de Rural de Seguridad (ARS).

La llegada de los agentes, que sitiaron la calle Ismael Domínguez e impidieron la llegada de personas y medios de comunicación al 102, fue el segundo gran jarro de agua fría de la noche.

Las fuerzas del orden duplicaban en número a las personas concentradas al final en el interior de la vivienda de Antonio y Berta (medios de comunicación incluidos). La frustración, la tristeza, la rabia y la certeza de que aquella sería la última noche, las pagó la casa. Sus paredes se llenaron en cuestión de minutos con pintadas contra Urbano Hernández y la justicia, y a favor de Antonio y Berta.

En las paredes se escribieron mensajes como: "Desalojo injusto", "Urbano eres inhumano", "Te pudrirás en el infierno", "¿Podrás dormir?", "Berta y Antonio esta es su casa", "Todos somos Berta y Antonio", o "¿La justicia es solo para quien pueda pagarla?".

Personas sin identificar hicieron algunos destrozos en una vivienda que se entregó sin puertas ni ventanas. En el acceso principal se colocó el último sillón, una puerta metálica, un escobillón y una fregona. Pura resistencia simbólica.

El cordón policial fue tan férreo que ni el alcalde de Tacoronte, Álvaro Dávila (CC), ni el personal de Servicios Sociales pudieron llegar al 102. Solo los trabajadores de una panadería lograron pasar, y dos niños asustados, escoltados de camino del colegio.

A las 8:00 horas, puntual y altiva, llegó la comisión judicial. Pidió a Antonio y Berta que abrieran la puerta, y ante su silencio, la Guardia Civil avisó con un megáfono que daba cinco minutos para desalojar. Luego tres. Y finalmente uno.

Cumplido el plazo, un corpulento guardia civil la emprendió a golpes de ariete contra la puerta del 102. Le costó, pero pudo destrozarla. Antonio se quedó con las ganas de llevarse la puerta de casa.

Los agentes entraron tranquilos; al fondo del salón, Antonio y Berta con sus vecinos, miembros de la PAH, la Plataforma del 102 y medios de comunicación. En la pared del fondo, un lema: "Los perdedores somos invencibles".

El desalojo comenzó por la azotea y los pisos superiores. Se realizó sin incidentes de ningún tipo. Fue un ejemplo de civismo de un grupo de ciudadanos contra los que el estado de derecho preparó, por si acaso, todas sus fuerzas. Uno a uno fueron saliendo los últimos moradores del 102. Unos pocos en volandas, la mayoría por su propio pie.

Caminando salieron Antonio y Berta, que se refugiaron en la casa de una vecina que por la noche llevó café a los que guardaban enseres en los furgones. Antes de derrumbarse, Berta gritó con amargura: "¿Quién nos protege a nosotros, a nuestra casa? Aquí no hay terroristas, somos gente normal".

Antonio salió dos veces a atender a los medios, mientras un centenar de vecinos clamaba, tras el cordón policial, contra un desalojo que consideran injusto. "La justicia es una mierda", repitió Antonio varias veces. Y nadie fue capaz de rebatírselo.

El Ayuntamiento de Tacoronte les ha buscado una casa amueblada en la calle Ismael Domínguez, cerca del 102 y de la asociación de vecinos El Casco. Anoche durmieron en un hotel, donde pasarán varios días para alejarse un poco del drama que han vivido.