Rafael Rodríguez Martín nació el 8 de septiembre de 1939 en la venta de bebidas que aún regenta en el Puerto de la Cruz. Allí nació su madre y también su abuelo. Allí ha vivido y trabajado toda la vida, en la venta Casa El Viejito, ahora condenada a desaparecer por el proyecto de ampliación de la carretera del Botánico. Pese a la amenaza que se cierne sobre la casa y el negocio familiar, Rafael cree que no sufrirá el problema en vida: "Me moriré yo y la carretera no estará hecha. Llevan cien años diciendo que la van a hacer y no tienen un duro".

Rafael no ha sido siempre El Viejito. El nombre del negocio se lo pusieron en los años 80 del siglo XX los jóvenes que acudían a beber a un local donde el padre y la madre de Rafael siempre estuvieron tras el mostrador, "incluso con más de 90 años". Los viejitos eran entonces sus padres.

A los 75 años, Rafael continúa abriendo su venta de bebidas todos los días a las 00:15 horas. Abre a medianoche y cierra a las 6:00. Duerme durante el día y, cada noche, vuelve a abrir El Viejito. Nunca ha cogido vacaciones ni ha dejado de vivir en su casa, en la espartana habitación contigua a la venta, donde solo hay una cama y un armario.

Él fue un niño enfermizo, al que tuvieron que operar en 1947 "de garganta y nariz". Su padre fue un emprendedor que montó un billar en el Puerto de la Cruz después de la guerra civil, y luego se ganó la vida comprando y vendiendo café, sardinas y mortadela por los barrios. En los años 50 reabrió la venta que antes, "entre 1900 y 1932, fue famosa por los armaderos de Aurora Díaz", la abuela de Rafael, "y los bailes de los domingos".

La única ocasión en la que Rafael ha salido de Tenerife lo hizo obligado, para cumplir el servicio militar en Ceuta. Allí pasó 16 meses y nunca más ha querido salir de la Isla: "¿Para qué? Si esto es lo mejor del mundo". Al regresar comenzó a ayudar en la venta de sus padres.

"De joven salía los domingos y los sábados por la noche. Gocé de los 16 a los 31. Tuve novias, pero me quedé soltero y sin hijos", lamenta.

La venta se reformó por última vez hace más de 50 años. Disfrutó del boom turístico y aprovechó la crisis del petróleo de 1973 para hacer negocio: "Estaba enterado y llené la casa completa con más de 3.000 cajas de bebidas y 1.500 cartones de cigarros. Con la subida de precios, ganamos un montón".

Pero cuando realmente El Viejito se convirtió en un gran negocio fue en los 80, y casi por casualidad. La Discoteca El Coto, ubicada en el hotel Botánico, cogió fama y cientos de jóvenes acudían allí los fines de semana. La bebida era muy cara en la discoteca y en los bares cercanos, hasta que un día "tres chicas y un chico" entraron tímidamente en El Viejito y Rafael preguntó: "¿Quieren una copita?". Les sirvió vermú, y les pareció tan barato que pidieron más.

"Luego se marcharon a la discoteca con la alcahuetada y en un rato había allí 50 chicos, luego 100 y al final más de 200. No dábamos avío. Así cogimos la fama de que donde los viejitos, por mis padres, se vendía la bebida más barata", recuerda.

Aquel éxito repentino le causó algún problema con otros negocios de la zona, que le exigieron a su padre que subiera los precios. "Y al final los bajamos todavía más", relata.

Tantos años entre copas llevaron a Rafael a tener algún problema "con el Bacardi": "Un médico me dijo que si no lo dejaba, me iba para el piso. Y desde entonces ni bebo ni fumo".

La venta notó el cierre de El Coto, pero su fama continuó hasta convertirse en la primera parada de miles de jóvenes que iban de marcha al Puerto. El botellón hizo de El Viejito un lugar célebre.

Fue su época dorada. Un tiempo en el que la venta llegó a tener 15 empleados e hizo cajas de "hasta 9.000 euros en una noche". Rodríguez recuerda que llegó a almacenar 500 cajas de Arehucas, y que podían juntarse a beber al lado de su negocio "500 o 1.000 personas". ¿Su secreto? "No hacer trampas, vender siempre bebida pura a precios razonables".

Luego llegó la crisis y el negocio languideció: "Esto iba para atrás y tuvimos que ir quitando chicos". Ahora solo tiene un empleado, pero sigue abriendo a medianoche "porque siempre pasa algún amigo y da para seguir escapando".

Rafael podría jubilarse, pero prefiere vivir como siempre ha vivido donde siempre ha vivido: "Me gustaría que dejaran esto como está, porque ya estoy hecho a la vida esta".