Un día cualquiera te citan a una reunión urgente en el ayuntamiento y te comunican que mañana por la tarde debes abandonar tu casa porque existe riesgo de que todo se venga abajo. Te ofrecen ayuda para sufragar un alquiler durante un mínimo de dos meses, pero en apenas 30 horas debes decidir qué te llevas, a dónde te lo llevas y cómo te lo llevas. Parece una pesadilla, pero es una triste realidad que han vivido los 19 vecinos de nueve viviendas del barrio portuense de Punta Brava que han tenido que evacuarse de urgencia debido a la aparición de grandes grietas en la calle Tegueste. Esta pequeña vía peatonal, colgada sobre un acantilado, ya sufrió un derrumbe parcial en mayo de 2015.

La alarma saltó para los técnicos el lunes 10 y el martes 11, cuando observaron la aparición y el agravamiento de varias grietas en la zona donde se trabaja, desde finales de julio, precisamente para estabilizar la calle. El miércoles 12 se paralizó la obra, se emitieron informes urgentes y se acordó convocar a los vecinos afectados. El jueves 13, a las once de la mañana, se informó a los residentes entre los números 21 y 35 de la calle Tegueste, que al día siguiente, el viernes 14 a las 18:00 horas, debían abandonar sus casas para no regresar hasta al menos dos meses después. Todo dependerá del desarrollo de las obras que se ejecutan para estabilizar una vía que cuelga sobre el Atlántico y sufre el continuo asedio de sus olas.

Con apenas 30 horas por delante, familiares y amigos fueron llegando a cada casa para colaborar en esta mudanza parcial, obligada y urgente. A través de un pasillo de apenas un metro de ancho, encajonado entre las fachadas y las vallas de la obra, decenas de personas se afanaron, durante el jueves y el viernes en sacar "lo básico" para poder afrontar una nueva vida en casa de algún familiar, en una vivienda de alquiler o en algún hotel de la ciudad. La mayoría no tenía claro el viernes dónde iba a vivir los dos próximos meses.

El impacto mediático de la noticia del desalojo, que comenzó a extenderse a partir del mediodía del jueves, dificultó el trance por el que pasaron algunos de estos vecinos de Punta Brava, que se quejaban, con razón, de que para ellos no era el mejor momento para atender a nada que no fuera su mudanza. La presencia de periodistas, cámaras y fotógrafos, sobre todo en la mañana del viernes, incomodó a algunos afectados a los que les hubiera gustado tener algo más de intimidad cuando sacaban su vida a la calle.

A la falta de espacio para moverse con comodidad se sumó la lejanía de las zonas a las que pueden llegar los vehículos. La calle Tegueste sólo tiene tres accesos: una escalera al oeste, una entrada peatonal al este y un pequeño pasillo privado, justo en el tramo afectado. El desalojo se convirtió en un constante ir y venir de vecinos, familiares y amigos que tenían que repetir continuamente el camino desde las viviendas hasta los vehículos y desde los vehículos hasta las viviendas.

Sin más ayuda que alguna carretilla, los vecinos sacaban de sus casas cajas, bolsas, ropa, alimentos y algunos muebles. Un chico llevaba un pez en una bolsa de plástico llena de agua; un hombre, vestido con ropa de camuflaje, cargaba dos jaulas llenas de pájaros; una mujer se llevaba a sus perros, también desalojados; dos mujeres cargaban con esfuerzo un tapiflex, primero, y un colchón, minutos después, y una adolescente, que no se iba de viaje, arrastraba una maleta de ruedas con un llamativo estampado.

Antes de que se cumpliera el plazo del desalojo (las 18:00 horas del viernes 14), dos vecinas de edad avanzada recibieron la noticia de que, al menos de momento, no tendrían que ser desalojadas de sus viviendas, en el número 23. Al contar con salida hacia la calle Bencomo y espacio suficiente para alejarse del peligro sin abandonar el inmueble, los técnicos han considerado que podrían quedarse, si la situación no se agrava. Este cambio de planes rebajó las cifras iniciales del desalojo de 11 a 9 viviendas y de 21 a 19 vecinos afectados.

EL DÍA vivió en la calle Tegueste las últimas horas antes del ultimátum del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Tras una mañana frenética, por la tarde unos pocos vecinos iban terminando su angustiosa tarea. Al ver a otro periodista, la mayoría respondía que ya les habían sacado demasiadas fotos y vídeos, que ya habían contestado a demasiadas preguntas o que, quizás, ya habían hablado más de la cuenta. Pese al hartazgo generalizado y la dificultad del momento, varios afectados tuvieron la amabilidad y la paciencia de continuar compartiendo su dura experiencia con la prensa.

Las personas que hablaron con EL DÍA mientras recogían sus últimas pertenencias prefirieron que se respetara su anonimato. Como un hombre de mediana edad, angustiado porque no sabía qué hacer con los cuatro perros y los numerosos pájaros que tenía en casa: "En ningún sitio me dejan ir con los animales, pero yo no puedo abandonarlos, son como si fueran mis hermanos", se lamentaba.

"Imagínate que hoy te dicen que mañana por la tarde te tienes que ir de tu casa. ¿Qué haces? ¿qué te llevas?", preguntaba otro vecino para intentar que alguien se pusiera en su lugar.

Los vecinos coinciden en afirmar que no notaron nada extraño en los días previos a la aparición de las grietas, puesto que se trabajaba con maquinaria en la calle y en la parte inferior del acantilado, donde se introdujeron numerosos bulones, unas grandes piezas cilíndricas de metal, similares a tornillos sin punta, para tratar de afianzar la vía.

La mayoría de los vecinos llevan años residiendo en la calle, y muchos son personas mayores, que levantaron esas casas con años de esfuerzo. Es el caso de una anciana que tiene las grietas a centímetros de su fachada: "Me voy muy preocupada porque no sé si voy a volver o esto se puede venir abajo".

No se trata solamente de un drama individual, de cada afectado, sino de un drama colectivo, puesto que con este desalojo desaparece, al menos temporalmente, una comunidad de vecinos acostumbrada a convivir a diario desde hace décadas. "Aquí nos conocemos todos y para muchas personas va a ser muy duro vivir ahora en La Orotava, La Laguna, Los Realejos o incluso en otra zona del Puerto de la Cruz", explicaba la nuera de una de las ancianas desalojadas.

"El dolor es máximo", añadía otro afectado, "esta es la casa de mis padres, donde hemos invertido mucho dinero y esfuerzo, y tener que marcharte así es duro... pese a que nosotros pensamos que sí vamos a volver".

Otro vecino recordaba que tras el hundimiento de un tramo de la calle Tegueste en mayo de 2015 y el desalojo de seis viviendas en la calle Pelinor, en noviembre de 2016, se han planificado obras en varias zonas, "pero sigue sin haber un plan integral para garantizar el futuro de Punta Brava. Este barrio necesita una gran inversión para evitar que esto se siga repitiendo a cuentagotas".

Unas dos horas antes del límite establecido, dos agentes de la Policía Local pasaban casa por casa identificando a los propietarios e informándoles de la necesidad de abandonar las viviendas antes de que la calle quedara oficialmente precintada. Un joven apuraba un cigarro mirando al mar desde la ventana de la casa de su suegra: "El último cigarrito aquí hasta dentro de unos meses", comentaba.

Las prisas han generado angustia, pero el sentir mayoritario es que no había otra alternativa y que han recibido ayuda municipal. "Ha sido todo muy rápido porque nos han pedido que nos marchemos en apenas un día y medio, pero si existe riesgo, no nos queda otra", afirmaba con estoicismo un vecino.

"¿Te llevas el agüita?", preguntaba un afectado a otro que colocaba en una caja varias garrafas de agua. "Si lo llego a saber, no las cargo el otro día hasta mi casa", respondía con humor, pese a acumular ya más de una decena de viajes entre su vivienda y el coche.

La esperanza de estas nueve familias es que la obra pueda ejecutarse en el plazo previsto y que la mala mar, que suele llegar en octubre, no paralice los trabajos ni derrumbe parte de sus vidas.