Me apunta un lector, que al mismo tiempo es un amigo, cierto pesimismo en lo que escribo. Si cada vez no me gustasen menos las frases hechas le respondería que un pesimista es un optimista bien informado. No niego que mucha gente posee sobrados motivos para el optimismo incluso en estas circunstancias. Personas en la que incluyo a ese amigo cuya observación sobre mi estado de ánimo al escribir no voy a echar en saco roto. Un amigo ya jubilado aunque sigue trabajando porque siempre ha sido incapaz de estar más de una hora brazo sobre brazo. No le critico que esté jubilado y que, junto con otros muchos pensionistas, no esté sometido a las angustias que atenazan a millones de españoles, tanto si tienen trabajo como si no; los desempleados porque no encuentran ocupación y los ocupados porque temen quedarse en la calle mañana mismo. No censuro, insisto, la situación laboral de este amigo. Ni siquiera le envidio su suerte. Tan solo subrayo que la crisis afecta a muchos pero no a todos.

¿Noticias para ser optimistas? Por supuesto que sí. Las hay a puñados. Por ejemplo, la que abría ayer este periódico: "116.700 hogares canarios tienen a todos sus miembros en paro". Una cifra grave en sí misma que lo es aún más si añadimos que se ha triplicado desde el año 2008. No muy lejos de este loable motivo para la esperanza había otra información igualmente reconfortante: "Canarias utiliza poco su capital humano". De todas las comunidades autónomas, solo Andalucía está peor que las Islas en este aspecto. ¿Tendremos alguna vez la suerte de no figurar a la cola de cualquier clasificación sobre algo en España? enos mal que rige nuestros destinos un Gobierno nacionalista dispuesto a potenciar lo nuestro por encima de cualquier interés.

Podría seguir con una ristra de "buenas" noticias porque la materia prima abunda. e limito solo a una más por cuestiones de higiene cerebral. La pasada campaña navideña ha sido la peor de los últimos veinte años según la Confederación Española de Comercio. Las ventas de Navidad suponen entre un 20 y un 25 por ciento de la facturación anual de la mayoría de los establecimientos. Por lo tanto, un descalabro en estas fechas resulta más importante que en cualquier otra época. Como anécdota sobrevenida, numerosos comercios han vendido más en noviembre que en diciembre; no porque noviembre haya sido muy bueno, sino porque diciembre ha sido catastrófico.

Pese a todo lo anterior -y mucho más aparte de todo lo anterior-, hay motivos para cierto optimismo aunque se trate de una esperanza sustentada en la resignación: estamos tocando fondo. Quedan despidos pendientes en algunos epígrafes, como la banca y el sector público, pero en el conjunto de la empresa privada la hecatombe ya se ha producido. A partir de ahora habrá pequeños ajustes a la baja o al alza -en algunas actividades se recuperará cierta cantidad de empleo destruido-, pero que nadie espere grandes cambios en los próximos dos o tres años. ás allá de este período, cualquier pronóstico es mera especulación. La pregunta es si seremos capaces de sobrevivir con seis millones de parados, que pueden ser seis y medio de aquí a finales de este año. Si la respuesta es afirmativa, deberíamos tener motivos para el optimismo.

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