Los matrimonios guanches permanecen aún hoy día encerrados en una bola de misterio a la que no han tenido total acceso los grandes historiadores. Algunos de los investigadores que más se han aproximado a este rito en sus escritos, como el padre Espinosa, Abreu Galindo o el mismo José Luis Concepción, se han manejado de puntillas al pasar por esta ceremonia. Una de las principales causas puede estar en el hecho de ser siete ritos diferentes en siete islas diferentes, aunque pertenecientes al mismo Archipiélago. Mientras en unas de ellas, como asegura el padre Espinosa, los varones tenían la posibilidad de tener tantas mujeres como pudieran mantener -en algunos casos por encima de veinte-, en otras islas era evidente la monogamia (modelo de relación afectivo-sexual basado en un ideal de exclusividad para toda la vida entre dos personas unidas por un vínculo obligado por las propias leyes -a eso se lo conoce como practicante monógamo). En Tenerife, por ejemplo, la relación matrimonial era el final de un acercamiento realizado por ambos contrayentes sin ninguna influencia exterior ni aún familiar. Chico visualiza a chica y la observa desde lejos estando en el campo. Chica, sabedora de ser observada, si estaba complaciente, dibuja una leve sonrisa y continúa con sus quehaceres como si nada pasara. Silencio total por ambas partes, dado que ellos no pueden comunicarse verbalmente en la soledad y solo les está permitido hablar en el poblado y rodeados de convecinos. Pasan una serie de meses y chica y chico deciden vivir juntos en la misma cueva, que el varón ha ido preparando con todo el amor y cuidado del mundo. El matrimonio está virtualmente consagrado. En El Hierro, por ejemplo, era el hombre el que elegía a la mujer con la que quería convivir, y para ello primero se dirigía a el padre de la hembra pactando el número de cabezas de ganado -cabras casi siempre- que ambos consideraban oportuno que fuera un precio razonable. Se conoce que en la Isla de Tenerife, si los contrayentes tenían libre elección para decidir su pareja, también gozaban de la misma libertad para romperla. El "divorcio" lo podía decidir lo mismo el hombre que la mujer sin que nadie pudiera poner objeciones ni aún consejos. Los hijos de ese matrimonio quedaban para siempre considerados como ilegítimos, y para su desgracia -totalmente inocentes- pasaban a dejar de tener padres para ser como hijastros. A los varoncitos se les denomina "achicuca" y las hembras "zucaha".

(periodista y escritor)