Pepe y Rosalba habían llegado un par de días antes y ya habíamos acordado que teníamos que irnos a la Feria de Abril, en Sevilla. Lo primero que hice fue decirles que era imposible pues lo de encontrar un hotel a aquellas alturas era la auténtica "misión imposible". ero él me dijo que eso era un problema resuelto, que no tenía que preocuparme, y lo del hotel dejó de ser un tema de conversación. Así que un buen día cogí el coche y nos fuimos carretera de Andalucía adelante. No paramos en la capital, sino que nos fuimos a quedar en la casa de un amigo, en las afueras de Sevilla, en el camino hacia Huelva. Y eso hicimos. La casa, en la que nos esperaba una doncella, era de José Luis Montero, abogado, a quien había conocido un par de años antes con motivo profesionales en la propia Sevilla. Y aquello me trajo el recuerdo del primer encuentro.

No recuerdo el año, aunque supongo que sería uno o dos años antes, hacia el 72 o el 73. Andaba yo en una actualización, por diversas provincias españolas, de unos ciertos permisos de investigación minera, y a algunos había que darlos de baja al carecer ya de interés su posible investigación. Uno de los puntos a visitar era la Jefatura de Minas de Sevilla y luego la Delegación de Hacienda, y así como en Industria teníamos conocidos profesionales y particulares, no así en Hacienda. Entonces, alguien, posiblemente el mismo epe Oramas, me recomendó a José Luis Montero, que había estado trabajando en la Delegación de Hacienda de Tenerife, para pasar luego a la de Sevilla, si bien ahora había dejado ese trabajo para formar un bufete de abogados. Y lo primero que hice fue solicitar una entrevista con ellos, y un día, a la hora fijada, que recuerdo era por la tarde, me recibió José Luis Montero. ero no sólo él, sino también su socio Armando Aramburu, que me condujeron junto a otro abogado más joven, epe González, con quien solventé la situación planteada con el permiso de investigación.

Antes de marcharme de nuevo pasé a despedirme de Montero y Aramburu, y allí pude profundizar en su conocimiento. Ambos habían estado destinados en la Delegación de Hacienda de Santa Cruz, Montero como abogado y Aramburu como profesor mercantil. Y con ambos estableció contacto personal y hasta profesional mi padre, que había sido director de la Escuela de Comercio. José Luis era soltero y vivía en el Casino de Santa Cruz, donde se alquilaban unas habitaciones a los socios. Y donde muchos años vivió mi tio Emilio Mandillo cuando, ya mayor y viudo por segunda vez, no estaba para llevar el ritmo de una casa.

En la entrevista que realizaba en aquellos momentos con los poseedores de un naciente bufete, se encontraba también la mujer de Armando Aramburu. Y en medio de una muy agradable conversación con continuos recuerdos de Tenerife, en un buen momento me dijo ella: "Este bufete en el que te encuentras se lo debemos a tu padre". La razón era que, no siendo Armando abogado, creía mi padre que se recortaban en gran manera sus posibilidades profesionales y, a fuerza de insistir una y otra vez, al fin consiguió que se hiciera abogado. "No sabe lo agradecidos que le estamos por aquella insistencia. Ahora, mira como estamos". orque, efectivamente, el bufete Montero Aramburu, aunque muy reciente, era sin duda el más brillante de Sevilla y como para sentirse orgullosos de él.

En aquel viaje con los Oramas no pudimos ver a Montero pues había tenido que ir con su mujer a Madrid por problemas con su niña, pero ya entonces tenía sus contactos en Canarias -ya que su mujer era, además, de Las almas-, y hoy son muy amplios y con importante bufete al menos en Tenerife. En aquel viaje, en plena Feria de Abril, fuimos invitados a la caseta que el bufete tenía, donde pasábamos cada día un buen rato entre copas y charla, y un día se presentó una amiga para mí desconocida, que resultó ser Lucero Tena, quien, al cabo de mucho insistir, no tuvo más remedio que coger las castañuelas que en aquella época siempre llevaba en su bolso y ofrecernos una muestra de su arte; la noticia se extendió por la feria y en segundos se aglomeraba alrededor de la puerta y en las inmediaciones toda una multitud.

Y otro día nos fuimos a comer a una famosa venta en la que pudimos presenciar cómo con un simple, aunque efusivo apretón de manos, se sellaba la venta de unas reses entre Manuel Benítez, El Cordobés, y un comprador. Tuvo la gentileza el famoso torero de hacerse una foto con las damas, foto que debe de andar por ahí en casa.

Hace unos dos o tres años tuve ocasión de hablar con Armando Aramburu, ya fallecida su mujer, y con visitas esporádicas al bufete y recordar juntos tiempos ya pasados para ambos. Fue con motivo de uno de los aniversarios del fallecimiento de José Luis Montero, Monterín como le decía mi amigo epe Oramas, que publicó en Diario de Avisos una muy sentida crónica al amigo ido.

Hoy en día, el bufete posee mas de 100 abogados, con sedes en Sevilla, Tenerife, Las almas, Córdoba y, recientemente, Huelva. Y el de Canarias no cesa de crecer dentro de las duras circunstancias actuales. ¡Mi amigo Montero!