En un documental relativamente reciente de Venezuela, se proyectaban imágenes de diferentes lugares costeros del país y, al margen de la impactante belleza de sus paisajes, pudimos contemplar las incipientes iniciativas para alojar al turismo visitante, que consistían, más o menos, en unas chabolas tercermundistas en las que como único elemento de lujo campaba un viejo televisor y un renqueante acondicionador de aire, que el dueño del establecimiento mostraba orgulloso como si de una suite real se tratase. Y como el alojamiento suele estar complementado con la intendencia, también nos mostró la estancia que él llamaba cocina, sembrada de recipientes tiznados y medio abollados con los que se atrevía cocinar para los clientes en medio de una evidente falta de higiene, sólo con ver su desaliñado y sucio aspecto. Al interrogarle el reportero por los medios económicos para tal impulso, respondió con orgullo y como si hablara de un dios vivo que su prosperidad se debía "a la ayuda prestada por el presidente Chávez". Al parecer recibía una especie de subsidio mensual -probablemente sin haber cotizado nunca en su vida- que le daba para vivir y desarrollar su rudimentario negocio, en el que ponía a prueba la salud física de los clientes.

Si consideramos esta escasa iniciativa emprendedora, podemos resumir el resultado de la política populista que puso en práctica leyes de ayuda a las clases más empobrecidas y analfabetas, con una salvedad resumible en una simple comparación. Les dio el pez para alimentarse pero evitó darles la caña y enseñarlos a pescar. Lo que sí hizo fue crear una división profunda en el país entre los que realmente trabajaban por un salario, y los que vegetaban colgados en un chinchorro a la sombra esperando por la dependencia de la subvención chavista. Y mientras esto sucedía se alimentaban los odios entre "chamos" y "musiús", y se masacraba a los empresarios que daban lustre a un país lleno de recursos naturales, expropiándolos y reduciendo sus empresas a la nada más vergonzosa. Y entre ellos tendremos que citar a muchos emprendedores canarios que sucumbieron a tales decisiones emanadas de un autoritarismo mesiánico. Un populismo que ha convertido a un país rico en uno de los más inflacionarios de América, cuya capacidad de recuperación tendrá que venir de un cambio profundo en sus raíces. O lo que es lo mismo, que los chavistas tendrán que culturizarse y ponerse a trabajar, en vez de lagrimear por lo que de ahora en adelante será una momia más, que, como las de Mao, Lenin u Ho Chi Minh, pasará a engrosar el elenco de iconos del totalitarismo. Incluso hay quienes, en un alarde de fanatismo ignorante, pretenden compararlo con la figura del Libertador y enterrarlo -aunque tendrán que pasar veinticinco años de su muerte- en el Panteón Nacional. Por cierto que la trayectoria del padre de la independencia venezolana fue frenada por un ascendiente lagunero de mi familia paterna, que le conminó a entregarle prisionero a su correligionario superior en rango, de parentesco tinerfeño y portuense, Francisco de Miranda. A cambio de ello le concedió un salvoconducto para abandonar el país e irse a Curaçao, con el compromiso de no volver a generar ninguna otra revuelta. Promesa que incumplió al saber que el capitán general Domingo de Monteverde se había incautado de todas sus propiedades en nombre de la Corona española. Es muy probable que, de habérselas respetado, no hubiera huido a la vecina Colombia a reclutar adeptos. Pero esa suposición quedará en el aire para siempre por incontestable.

Volviendo al futuro inmediato de lo que los canarios denominamos Octava Isla, el paréntesis abierto de populismo dolorido tendrá que dar paso a la realidad de las urnas, para regenerar un país que ha sido víctima de su propia carencia intelectual y que ha padecido gobiernos corruptos presuntamente democráticos, o dictaduras dirigidas por el imperialismo yanqui o por el comunismo cubano, con el beneplácito de la epidemia de clónicos que ahora gobiernan y expropian empresas en muchos de los países de Sudamérica.

En el camino a seguir está la incógnita de un futuro más próspero, porque la ignorancia desciende a la servidumbre y la educación asciende hacia la libertad. Un derecho que habrá de ganar un pueblo cuyos dirigentes tendrán que sembrar petróleo, como diría Uslar Pietri, para formar a quienes deberán emitir un voto consecuente, ajeno al inútil populismo chandalero de un histriónico Maduro, o con la incógnita de un supuesto moderado Capriles. Todo sea por Venezuela.