La idea originaria del artículo no era otra que mostrar uno de los espacios naturales más ricos en dragos de Canarias, quizás de Europa, salpicados de impresionantes restos de la vida aborigen, pero un paseo por Buracas, en la parte baja del barrio de Las Tricias, en la Villa de Garafía, acaba por alterar los principios periodísticos del viaje. Vas a una cosa y te encuentras otra.

El inicio del camino, tras dejar el vehículo a la altura de un impresionante molino, ya desprende un espíritu hippie. El sendero discurre, en parte, por cuevas que antaño eran naturales, seguramente aprovechadas por los antiguos pobladores de la Isla para resguardarse de las condiciones climatológicas adversas, pero a las que ahora se les han unido construcciones de bloques para convertirlas en auténticas viviendas. Algunas están incluso metidas en medio del barranco.

No son chabolas de playa. Ni construcciones de bloques para guardar los aparejos de pescadores. Esa es otra historia diferente, contraria, ligada al aprovechamiento del mar. Aquí, en las medianías, son casas que nacen del risco, con tejados de tea y, una gran parte, disponen de placas para aprovechar como energía los rayos solares. Es un barrio ecológico, quizás por necesidad o tal vez por convencimiento. Es, eso seguro, una forma distinta de interpretar la vida.

Es difícil saber para el visitante cuántas de las cuevas transformadas son utilizadas realmente como viviendas habituales y cuántas simplemente están adaptadas para pasar el día, aunque vecinos de la parte alta, que residen en casas tradicionales, nos advierten de que "no son muchas. Quizás haya cinco o seis familias. Por dentro están muy bien preparadas. No se crean que están sucias ni nada por el estilo. Son un lujo".

Nos cuentan que algunas de las familias que residen en cuevas, que no son naturales de La Palma, "llegaron aquí desde hace más de veinte años, hay familias incluso con hijos ya enviados a estudiar a la universidad; compraron la cueva, el terreno, y han ido pidiendo permiso al ayuntamiento para construir los cuartos que necesitaban". Es una forma de entenderlo. Pero no la única. Hay otras. También hay gente que dejan claro que "tienen muchacara y se creen que todo aquello es de ellos. No han pagado nada y les dejan construir en zona protegida"... Seguir por aquel sendero ofrece la razón a unos y, también, a otros.

Llevar una cámara no está, entre algunos "residentes", muchos, bien visto. Un cartel dice claramente: "No fotos, gracias". Está ubicado justo enfrente de lo que parece un poblado de casas elaboradas a partir de las cuevas, "parece grande pero sólo viven dos familias", comenta alguien que conoce la zona. Se quiere guardar la intimidad, no sentirse observados o evitar la publicación de instantáneas que sean molestas para sus intereses. Lo cierto, sea por la razón que sea, es que el mensaje sorprende, aunque no lo hace menos la venta, como suena, de semillas de dragos. Se ofrecen en "bolsitas" a un lado de una estrecha carretera, sin que nadie esté presente. Están puestas alegremente y, por ellas, se pide un euro, que se deja en el mismo lugar.

El último tramo del camino real guarda otro "lugar de encuentro" de la comuna y, también, un punto de descanso para la gran cantidad de turistas que se acercan a Buracas. Un cartel de madera, formando una flecha, indica que a menos de un minuto de camino a pie, no hay otra forma de hacerlo, por la dirección señalada, se localiza un lugar donde tomar café. Es raro pensar en un restaurante ni tan siquiera en un bar en esta zona, pero todo se aclara cuando se comprueba que está vinculado al aloe, los zumos naturales, también aprovechando una cueva... Estaba cerrado. Un político nos asegura que "una vez fuimos para analizar qué se podía hacer con la zona arqueológica, se estaba estudiando una intervención para su protección, y cuando llegamos al bar, lo cerraron. Nuestra presencia no fue bien recibida".

En aquel lugar, fuera de otra vivienda nacida en una cueva, hay ropa tendida, y en su interior se observa una cocina recogida. Un poco más abajo se localiza otro orificio en el risco, esta vez más modesto, con una puerta de madera y cristal, a través de la cual se puede observar un dormitorio perfectamente adaptado. No hay nadie o, al menos, tras tocar sus dueños no salen para recibir al visitante. La idea de describir los dragos, impresionantes en Buracas, acaba totalmente por desaparecer, aunque una mujer, con acento alemán y que en principio cree que somos el personal de Correos que de vez en cuando pasa por el barrio, nos invita a ver los árboles, no sin antes afirmar que "algún cartel está dado la vuelta, lo ponen al revés, porque a los chicos no les gusta mucho las visitas de los turistas".

La visita acaba en la cueva de Buracas, la verdadera, aquella que se mantiene inalterable, que nadie es capaz ni desea utilizar, después de pasar por una fuente con otro cartel, en este lugar sobran carteles, junto a un peluche grande, con un "caca no, por favor".