María Fanny y su hijo Desiderio cultivan naranjas. Tienen dos fincas separadas por poco más de cinco minutos en coche en el municipio de Puntagorda, una debajo del mercadillo y otra en la zona de Cuatro Caminos, espacios agrícolas que mantienen como una fórmula de subsistencia, con frutas de diferentes tamaños y calidades, tratadas con esmero para su recogida cada año entre los meses de marzo y abril.

La cosecha la tramitan, como tantos otros agricultores de La Palma, a través de Gestión del Medio Rural, la antigua MercoCanarias, una empresa pública dependiente del Gobierno regional que fue creada para dar salida a los productos de la tierra a un buen precio para el cosechero. Entre María y Desiderio y GMR está Cocampa, cooperativa que se encarga del proceso de comercialización, con sus pertinentes gastos.

Pero no todo es coger la naranja, transportarla y venderla. Al final, el precio, sólo el precio, marca la diferencia y aveces, muchas veces, es ciertamente ridículo. Desiderio, consciente de que se aproxima el tiempo de la recolección, expone la realidad del sector. Al menos, de sus vivencias: "En el 2009 nos pagaron una miseria. Entre las naranjas mías y las de mamá vendimos unos 65.000 kilogramos. Mamá vendió 11.000 kilos de la naranja pequeña. ¿Sabe usted a cuánto se la pagaron? A un céntimo el kilo. A mi me parece un robo, pero no puedes reclamar. Bueno sí, reclama lo que quieras que ya vendiste la naranja y lo que te pagan ya está pagado. Lo que te queda es resignarte. MercoCanarias (la nueva GMR) paga un precio, pero luego te descuentan por cajas, por transporte, por la cooperativa... Nos descuentan unos trece céntimos por kilo en total y luego, al final, recibimos uno. Ya me dirá usted...".

El cosechero, que recibe sobre los dos meses después de la recolecta el dinero que supuestamente le corresponde por la fruta entregada, se pregunta "a qué precio llega al mercado" la naranja que le compraron a un céntimo, "seguro que a una barbaridad". Y es que aunque sea del tamaño pequeño "es la que luego más salida tiene, mucho más que la grande, aunque ellos digan que no. Es la que utilizan todos los bares para las máquinas de hacer jugos".

Desiderio es la voz de cientos de agricultores que intentan vivir del campo o, al menos, de tener un complemento para mejorar la renta familiar; que escucha con asombro a los políticos hablar de la dignificación de esta profesional y de la importancia de la incorporación de los jóvenes, mientras dejan que desaparezca. "Nos dieron un céntimo por kilo y encima nos dijeron que nos lo daban para que pudiéramos acceder a las subvenciones. Como si me regalaran el céntimo... MercoCanarias es una empresa creada con dinero de todos para competir con las cooperativas privadas, y ahora es la menos que paga. Eso cómo se explica".

La situación de GMR en La Palma no es la mejor, más bien al contrario. No genera confianza en el agricultor, no paga bien, comercializa peor y los cosecheros, desencantados, se abren a las ofertas de las empresas privadas, lo que tampoco es siempre apetecible. "A veces no sabes qué es mejor", confirma Desiderio, "una vez me engañaron en otra cooperativa. No nos dieron lo que prometieron. Fue un robo mayor". El Cabildo Insular también "compite" con la antigua Merco. Quizás no le quede más remedio que posicionarse cuando analiza la situación del campo. Sodepal, la empresa pública insular, ya ofrece mejores precios e incluso saca más kilogramos que GMR por el puerto de la Isla. Al final, que es lo que queda, son dos empresas privadas para un mismo cometido, aunque gente como María Fanny no acabe de ver resultados. Ni los ve ni los intuye.

"A mi me llamó un hombre que tiene una cooperativa, desconozco cómo se llama, y me dijo que venía a ver la finca. Me dio unos precios que duplican y triplican los de MercoCanarias, que en 2010 mejorará un poco lo que paga porque dice que consiguió mejores contratos", afirma Desiderio, quien todavía hoy no sabe "a quién vender las naranjas este año porque además del precio hay que tener en cuenta la confianza".

Con los precios en la mano, el agricultor se plantea si es mejor dejar la fruta en el árbol y que se pudra o, por el contrario, recogerla. "Uno la acaba recogiendo, aunque me joda, pero yo creo que es mejor arrancar los naranjeros que estarlos atendiendo porque al final el dinero no cubre el tiempo invertido. Los naranjeros míos los sembró papá y esto es un sitio que me quedó a mí. Si fuera ahora mismo, no plantaría naranjeros para vender".

No es sólo el dinero por kilogramo, también influye las ayudas para otros menesteres relacionados con el sector: "Nos daban una ayuda para pagar las planchas de transporte, pero este año tenemos que pagarlo nosotros. Más de 500 euros cada viaje que llevo fruta a MercoCanarias". A este ritmo sí se abandona el campo. Se abandona para siempre.